Los amigos lo rodearon, mirándolo de un modo extraño y Tromba, reconsiderando lo que había dicho, se corrigió.
- Eh... somos los más fuertes... ¿Quién nos lo podría impedir, no es cierto?
Esa misma noche, cuando todos los habitantes de la selva dormían, los elefantes fueron al río y atacaron por sorpresa a los yacarés, obligándolos a vigilar todas las entradas al agua y no dejar pasar ni beber de ella a nadie. Los yacarés, impotentes ante el tamaño de sus atacantes y viendo que era inútil –por la dureza de su piel- intentar morderlos, no tuvieron más remedio que obedecer.
Al amanecer, antes que la primera aguja de sol apareciera entre las nubes rojas, los animales más madrugadores que fueron a lavarse la cara y a tomar su desayuno de agua, se encontraron con que tenían prohibida la entrada a su propio territorio.
Conforme pasaron las horas, se fue reuniendo una multitud de animales -muchos de ellos con sus crías-, todos llorando, porque tenían sed.
- ¡No, no y no! –gritaron los elefantes, con las trompas en alto- ¡Hoy comienza un nuevo orden en la selva y desde ahora, nosotros somos los reyes y todo nos pertenece!
- ¡Entonces vamos a sacar el agua de las frutas! –refunfuñó un viejo y sabio antílope al que todos siguieron. Pero descubrió que los arbustos estaban ya custodiados por hienas que se habían asociado a los elefantes, a cambio de un poco de agua.
- ¡Tenemos hambre! –se quejó un buitre, mientras volaba en círculo para tratar de
despistar a un yacaré-. Si no nos dejan comer de los arbustos, subiremos hasta lo
alto de los árboles y comeremos lo que encontremos –agregó.
Y diciendo esto, se remontó hasta la última rama de un manzano, seguido de un montón de animalitos voladores y trepadores, pero ¡ay! se encontró con que por todas partes había serpientes venenosas que también habían llegado a un acuerdo con los
elefantes y estaban allí, acechantes y mortales...
- Eh... somos los más fuertes... ¿Quién nos lo podría impedir, no es cierto?
Esa misma noche, cuando todos los habitantes de la selva dormían, los elefantes fueron al río y atacaron por sorpresa a los yacarés, obligándolos a vigilar todas las entradas al agua y no dejar pasar ni beber de ella a nadie. Los yacarés, impotentes ante el tamaño de sus atacantes y viendo que era inútil –por la dureza de su piel- intentar morderlos, no tuvieron más remedio que obedecer.
Al amanecer, antes que la primera aguja de sol apareciera entre las nubes rojas, los animales más madrugadores que fueron a lavarse la cara y a tomar su desayuno de agua, se encontraron con que tenían prohibida la entrada a su propio territorio.
Conforme pasaron las horas, se fue reuniendo una multitud de animales -muchos de ellos con sus crías-, todos llorando, porque tenían sed.
- ¡No, no y no! –gritaron los elefantes, con las trompas en alto- ¡Hoy comienza un nuevo orden en la selva y desde ahora, nosotros somos los reyes y todo nos pertenece!
- ¡Entonces vamos a sacar el agua de las frutas! –refunfuñó un viejo y sabio antílope al que todos siguieron. Pero descubrió que los arbustos estaban ya custodiados por hienas que se habían asociado a los elefantes, a cambio de un poco de agua.
- ¡Tenemos hambre! –se quejó un buitre, mientras volaba en círculo para tratar de
despistar a un yacaré-. Si no nos dejan comer de los arbustos, subiremos hasta lo
alto de los árboles y comeremos lo que encontremos –agregó.
Y diciendo esto, se remontó hasta la última rama de un manzano, seguido de un montón de animalitos voladores y trepadores, pero ¡ay! se encontró con que por todas partes había serpientes venenosas que también habían llegado a un acuerdo con los
elefantes y estaban allí, acechantes y mortales...