LA SELVA EN GUERRA
Había una vez un elefante llamado Tromba, al que todos los animales de la selva –inclusive otros elefantes- respetaban o temían por su gran tamaño y poder.
En esa época, la selva era un jardín tranquilo, porque cada especie (leones, cebras, papagayos, tortugas y demás) se alimentaba con hierbas y frutas, sin molestar al resto y cada cual sabía que no debía invadir el territorio del otro, porque cada uno tenía suficiente con el suyo.
En consecuencia, las cosas estaban en perfecto equilibrio, ya que la tierra y los ríos –siempre que estuvieran bien cuidados- proveían alimento para toda la vida y en tiempo frío o lluvioso ofrecían refugio para la totalidad de las criaturas.
Hasta que un día, mientras dormía la siesta, Tromba tuvo un sueño.
En ese sueño, él aparecía sentado en un trono de oro, con pavos reales que lo apantallaban con sus colas abiertas en abanico, un grupo de monos le daba bananas peladas en la boca y todos los pajarillos se posaban sobre su enorme lomo para sacarle las pulgas y espantarle las moscas, en tanto que una fila de yacarés vigilaba detrás para que nadie lo molestara.
Fascinado con la visión de este paraíso, Tromba se despertó y fue enseguida a contarle su sueño a un grupo de amigotes casi tan gigantes como él. Éstos, maravillados también por la descripción que escucharon, pasaron el día entero pensando en lo cómodo que sería vivir de esa manera y, al atardecer, cuando el tul oscuro de las sombras comenzaba a cubrir el cielo, le propusieron a Tromba convertir su sueño en realidad...
- ¿Por qué no? –pensó Tromba en voz alta, tentado por la idea-. Después de todo, soy el más fuerte.
Había una vez un elefante llamado Tromba, al que todos los animales de la selva –inclusive otros elefantes- respetaban o temían por su gran tamaño y poder.
En esa época, la selva era un jardín tranquilo, porque cada especie (leones, cebras, papagayos, tortugas y demás) se alimentaba con hierbas y frutas, sin molestar al resto y cada cual sabía que no debía invadir el territorio del otro, porque cada uno tenía suficiente con el suyo.
En consecuencia, las cosas estaban en perfecto equilibrio, ya que la tierra y los ríos –siempre que estuvieran bien cuidados- proveían alimento para toda la vida y en tiempo frío o lluvioso ofrecían refugio para la totalidad de las criaturas.
Hasta que un día, mientras dormía la siesta, Tromba tuvo un sueño.
En ese sueño, él aparecía sentado en un trono de oro, con pavos reales que lo apantallaban con sus colas abiertas en abanico, un grupo de monos le daba bananas peladas en la boca y todos los pajarillos se posaban sobre su enorme lomo para sacarle las pulgas y espantarle las moscas, en tanto que una fila de yacarés vigilaba detrás para que nadie lo molestara.
Fascinado con la visión de este paraíso, Tromba se despertó y fue enseguida a contarle su sueño a un grupo de amigotes casi tan gigantes como él. Éstos, maravillados también por la descripción que escucharon, pasaron el día entero pensando en lo cómodo que sería vivir de esa manera y, al atardecer, cuando el tul oscuro de las sombras comenzaba a cubrir el cielo, le propusieron a Tromba convertir su sueño en realidad...
- ¿Por qué no? –pensó Tromba en voz alta, tentado por la idea-. Después de todo, soy el más fuerte.