Ofertas de luz y gas

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: A la mañana los dos me levantaron muy alegres:...

A la mañana los dos me levantaron muy alegres:
– Pedrito, despertate. ¡Llegaron los Reyes!, ¡llegaron los Reyes!
Y fui de mala gana a ver el regalo conocido. Jugué un rato para darle el gusto a mamá, la que más insistía en alabar las virtudes del nuevo chiche, y después nos sentamos a desayunar.
Con la segunda tostada, papá se levantó de la mesa. Necesitaba sacar unas herramientas del galponcito del fondo o no sé qué. De pronto, desde afuera, se lo escuchó gritar:
– ¿Pero, qué es esto?
Salimos corriendo con mamá. Un largo caminito de polvo dorado, semejante a oro finísimo, cubría todo el jardín grande. Seguía por la ligustrina y se expandía por los jardines y tejados vecinos hasta perderse en el horizonte. Mis viejos no entendían nada. Nuestro vecino de la derecha, don Ramos, tampoco. El polvo iba desapareciendo grano por grano, aunque muy lentamente. Si se lo trataba de levantar o barrer, no se podía. Al fin fueron quedando apenas rastros. Miré el balde para los camellos y estaba por la mitad. La pirámide de pasto cortado, intacta desde la ventanita del comedor diario, ahora y desde otro ángulo mostraba haber perdido buena parte. Entonces corrí hacia la galería y vi pisadas de cascos enormes en el jardincito del frente. Me paré y miré mejor: bordeando las pisadas había polvo de oro.

No dudé. Volví a correr como desesperado. Me metí en el angosto pasillo que separaba la pared ciega de casa de la verja vecina, la de doña Rosalía. Doblé el codo del pasillo y allí estaba la bicicleta roja con una tarjeta, escrita en caracteres armenios, en medio de una nube de polvo dorado.