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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Mis zapatos los dejé en el living, porque la otra habitación,...

Mis zapatos los dejé en el living, porque la otra habitación, la que después sería de mi hermanito, por entonces quedaba cerrada. Me levanté a medianoche y fui a espiar en puntas de pie. Aún no habían llegado, los zapatos seguían ahí, solos. Retorné a las sábanas enseguida.

Como a las tres de la madrugada me desperté. Vi pasar la silueta de papá por el pasillo, en dirección al living. Enseguida sentí unos ruidos leves, como a celofán que se rompe. Volví a reconocer la silueta de mi viejo en sentido inverso, regresando. Me moría por levantarme, pero no... mejor no.

Después me quedé dormido. Cuando desperté serían las cuatro. Semidormido y descalzo caminé hasta el living. El trencito de hojalata ya brillaba ufano sobre mis zapatos. Miré por la ventana: el montoncito de pasto parecía indemne. Al balde con agua no se lo veía por la falta de luz en la galería que daba al jardín.
Ya me estaba por meter en la cama cuando los vi. El trío ya ascendía. Las siluetas de los tres con sus coronas y capas brillantes, montados en camellos, eran inconfundibles. Se alejaban sobre un gran arco de polvo luminoso, semejante a una alfombra de oro. Baltasar cerraba la marcha. Por un instante se dio vuelta y me saludó sonriente con la mano en alto. Me quedé apoyado en el alféizar de la ventana de mi cuarto, aunque pronto no quise mirar más. ¡Era un sueño! Hermoso, pero sólo un sueño. El trencito, que me comprara papá a escondidas, era una prueba irrefutable. Inútil hacerse ilusiones: los Reyes sencillamente no existían