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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Y cuándo te compran la de cuero? –le oí preguntar a...

Y cuándo te compran la de cuero? –le oí preguntar a un vecinito mientras pateaba una pelota de goma en la vereda, cuidando de no estrellarla contra la opulenta figura de doña Juana que volvía de hacer las compras.
– El problema es que papá dice que son muy caras. Y este año no sabe si los Reyes me la van a poder traer.
– Bah, eso de los Reyes es una mentira. Lo que pasa es que tu viejo es un amarrete.
– Sí, ya sé que los Reyes son los padres, pero yo igual la pedí.
Ese diálogo casual, oído a mis ocho años desde la experiencia de unos vecinitos dos años mayores, fue suficiente para entender el asunto. Pero no necesariamente para creerlo, ¿pero entonces, no era verdad? Ese mismo día, cinco de enero, mi viejo me llevó a la juguetería del barrio para mostrarme el trencito de cuerda en la vidriera. También intentó convencerme de que era el regalo pensado por los Reyes para mí. Al parecer, los padres tenían comunicaciones telepáticas con ellos.
Yo miraba la bicicleta roja, puesta a la derecha del trencito. Ya sabía andar bien en bici, pues en la de mi primo Jorge me mantenía sin caerme, y como media cuadra. Le insinué la bici, pero papá me dijo que era un regalo muy caro y que los Reyes aquel año andaban pobres. Sí, cada vez había más chicos y no daban abasto en eso de hacer juguetes.
Sin decirnos nada más retomamos el camino a casa con la idea de mandar la carta a los Reyes. Para ese tiempo, ya escribía con soltura, así que no quise ninguna ayuda. Mamá no insistió después del:
– Es grande, Elvira, dejalo, ¿no ves que ya sabe escribir bien?
Entonces me encerré en mi cuarto, tomé la lapicera de pluma cucharita (a un Rey Mago nunca se le debe escribir con lápiz) y tracé en tinta lo siguiente: