REYES MAGOS
de Héctor Zabala
I
Por aquel tiempo yo era un completo ignorante del llamado Evangelio Armenio de la Infancia, esa escritura antigua por la cual –según algunos– naciera aquello de los Reyes Magos.
Pues si algo sabemos de esos hombres que visitaran a Jesús de Nazaret cuando todavía usaba pañales, es que no hay duda que fueron magos, humildes y oscuros magos, pero en absoluto reyes. Entendiéndose por mago a esa mixtura de astrólogo y hombre de ciencia, como se acostumbraba en el Oriente de entonces.
Con sólo leer ese Evangelio Armenio –antihistórico para los científicos y apócrifo para muchas confesiones cristianas– fácilmente entendemos por qué sólo pudieron ser magos. Es imposible imaginar una triple escolta monárquica de doce mil jinetes de guerra, sin contar auxiliares y servidores, pasando (y paseándose) desapercibida para las fuertes guarniciones romanas que controlaban Damasco y vigilaban Jerusalén, por más Magos que pretendieran ser esos Reyes. En especial si pensamos en todos ellos como extranjeros armados hasta los dientes, con caballos ricamente enjaezados, vestidos de punta en blanco y con un boato digno de un faraón victorioso de tiempos aún más antiguos. Y que por ser imposible que hubiera pasado desapercibido semejante despliegue y gentío a las legiones del César, seguramente nadie habría quedado sano para contarlo; incluyendo esos Reyes Magos que supuestamente hacían de comandantes.
Bueno, pero sea como fuere, la tradición dice que los Reyes trajeron tres presentes al divino niño y después se fueron para sus casas, por orden de un angelito de bastante mal genio que los amenazó feo si volvían para chismearle el sitio del betlemita pesebre-nursery al tetrarca Herodes.
Así, tanto el origen como el destino de estos Reyes Magos se pierden por completo entre leyendas, pero su mundo mágico perdura hasta hoy día. La tradición quedó y con el tiempo los tres personajes extendieron su negocio a todos los niños cristianos, si bien parece que son más generosos con los del sur de Europa que con los del norte. O quizá no quieran invadir la jurisdicción septentrional, a cargo de su colega Santa Claus, Papá Noel, Sancta o como quiera que lo llamen por allá.
de Héctor Zabala
I
Por aquel tiempo yo era un completo ignorante del llamado Evangelio Armenio de la Infancia, esa escritura antigua por la cual –según algunos– naciera aquello de los Reyes Magos.
Pues si algo sabemos de esos hombres que visitaran a Jesús de Nazaret cuando todavía usaba pañales, es que no hay duda que fueron magos, humildes y oscuros magos, pero en absoluto reyes. Entendiéndose por mago a esa mixtura de astrólogo y hombre de ciencia, como se acostumbraba en el Oriente de entonces.
Con sólo leer ese Evangelio Armenio –antihistórico para los científicos y apócrifo para muchas confesiones cristianas– fácilmente entendemos por qué sólo pudieron ser magos. Es imposible imaginar una triple escolta monárquica de doce mil jinetes de guerra, sin contar auxiliares y servidores, pasando (y paseándose) desapercibida para las fuertes guarniciones romanas que controlaban Damasco y vigilaban Jerusalén, por más Magos que pretendieran ser esos Reyes. En especial si pensamos en todos ellos como extranjeros armados hasta los dientes, con caballos ricamente enjaezados, vestidos de punta en blanco y con un boato digno de un faraón victorioso de tiempos aún más antiguos. Y que por ser imposible que hubiera pasado desapercibido semejante despliegue y gentío a las legiones del César, seguramente nadie habría quedado sano para contarlo; incluyendo esos Reyes Magos que supuestamente hacían de comandantes.
Bueno, pero sea como fuere, la tradición dice que los Reyes trajeron tres presentes al divino niño y después se fueron para sus casas, por orden de un angelito de bastante mal genio que los amenazó feo si volvían para chismearle el sitio del betlemita pesebre-nursery al tetrarca Herodes.
Así, tanto el origen como el destino de estos Reyes Magos se pierden por completo entre leyendas, pero su mundo mágico perdura hasta hoy día. La tradición quedó y con el tiempo los tres personajes extendieron su negocio a todos los niños cristianos, si bien parece que son más generosos con los del sur de Europa que con los del norte. O quizá no quieran invadir la jurisdicción septentrional, a cargo de su colega Santa Claus, Papá Noel, Sancta o como quiera que lo llamen por allá.