- ¿No habrás estado soñando? -le pregunté al final.
Él, Riqui, no sé si me escuchó porque se quedó callado, pensando..., me dio lástima. Tan lindo que era y tan triste que parecía...
-Los huesos le crujen cuando se mueve. ¡Te lo juro!
Mientras hablaba, ponía unos ojos que me hacían acordar a los de la gente esa que sale en las estampitas.
-Mirá que nadie lo sabe. Solamente vos.
Solamente yo. Y se fue y no volvió.
Ahora que todos dicen que me pasa esto o lo otro y que el médico de aquí o los remedios de allá, sigo acordándome de él y de la tonta del moño colorado. Lo cierto es que con tanta historia, pensaba en él de la mañana a la noche. También pensaba en ella, ¡mejor!, ¡total! A mí no me importaba. No tenía que importarme. Y si andaba en problemas, ¡que se arreglara solo!, o que lo ayudara ella, ¿no era tan buena? Y después de todo, cuando me lo cruzara, también a él le iba a dar vuelta la cara. Lo más seguro era que andaba inventando pavadas para que yo me olvidara de él. Sin embargo, después, me acordaba del " ¡Ayudáme!" que me había dicho y me daba un no sé qué.
Ahora, pienso que si, por lo menos, hubiera hablado en ese momento, si hubiese llamado a alguien de mi casa para que conversara con él, tal vez, las cosas podrían ser distintas. Claro que igual, ¿cómo ayudar a un chico que en lo único que pensaba era en fantasmas?
Esa tarde, después de que me contó que se lo quería llevar un fantasma, se fue con esa cara transparente como papel de calcar y la ropa bailándole en el cuerpo. Y no volví a verlo. Eso quiere decir, justamente que no lo vi más. QUE NO LO VI MÁS. QUE NO LO VI MÁS.
Esperé y esperé. Lo extrañé y lo extrañé. Hasta que no aguanté más y fui a buscarlo.
Cuando toqué el timbre de la casita verde, me temblaban las rodillas. Abrió una señora, entonces, le pregunté por mi amigo.
Él, Riqui, no sé si me escuchó porque se quedó callado, pensando..., me dio lástima. Tan lindo que era y tan triste que parecía...
-Los huesos le crujen cuando se mueve. ¡Te lo juro!
Mientras hablaba, ponía unos ojos que me hacían acordar a los de la gente esa que sale en las estampitas.
-Mirá que nadie lo sabe. Solamente vos.
Solamente yo. Y se fue y no volvió.
Ahora que todos dicen que me pasa esto o lo otro y que el médico de aquí o los remedios de allá, sigo acordándome de él y de la tonta del moño colorado. Lo cierto es que con tanta historia, pensaba en él de la mañana a la noche. También pensaba en ella, ¡mejor!, ¡total! A mí no me importaba. No tenía que importarme. Y si andaba en problemas, ¡que se arreglara solo!, o que lo ayudara ella, ¿no era tan buena? Y después de todo, cuando me lo cruzara, también a él le iba a dar vuelta la cara. Lo más seguro era que andaba inventando pavadas para que yo me olvidara de él. Sin embargo, después, me acordaba del " ¡Ayudáme!" que me había dicho y me daba un no sé qué.
Ahora, pienso que si, por lo menos, hubiera hablado en ese momento, si hubiese llamado a alguien de mi casa para que conversara con él, tal vez, las cosas podrían ser distintas. Claro que igual, ¿cómo ayudar a un chico que en lo único que pensaba era en fantasmas?
Esa tarde, después de que me contó que se lo quería llevar un fantasma, se fue con esa cara transparente como papel de calcar y la ropa bailándole en el cuerpo. Y no volví a verlo. Eso quiere decir, justamente que no lo vi más. QUE NO LO VI MÁS. QUE NO LO VI MÁS.
Esperé y esperé. Lo extrañé y lo extrañé. Hasta que no aguanté más y fui a buscarlo.
Cuando toqué el timbre de la casita verde, me temblaban las rodillas. Abrió una señora, entonces, le pregunté por mi amigo.