Esa misma noche los dos jóvenes se casaron y el emperador, reveló por primera vez, su nombre. Después de la íntima ceremonia, el recién casado se tumbó en una estera, se pintó la cara y tomó unas hierbas que lo hicieron sudar. Así que los visitantes tenían que resignarse con las atenciones de la anciana después de escuchar la historia de la enfermedad que aquejaba al sanador o como algunos lo llamaban.
Muchos incrédulos quisieron ver al curandero y al verlo tan mal, lo contaron a todos los aldeanos y pronto, comenzó a recibir ofrendas, flores y regalos.
Pasados algunos días, un extraño que se paseaba por allí, tocó a la puerta y pidió a Brisa, que lo dejara pasar, pues quería conocer al hombre que curaba; según él ya la historia había tocado las puertas de su pueblo, y aseguraba que bastaría sólo una mirada para sentir alivio en su cuerpo, pero Brisa no lo pudo detener y entró hasta donde reposaba el emperador. Cuando éste lo vio, se tapó un poco la cara y se retorció en el piso, con el ánimo de ahuyentarlo. Lucero de la Noche había descubierto que el visitante era uno de sus ministros en el reino.
Al salir un poco conmovido, este hombre no pudo quitarse de la mente el rostro de aquel curandero que se revolcaba en el suelo y tomó su camino de regreso, pero con una gran duda. Sabía que sólo su emperador tenía manos prodigiosas en todo el reino y sólo él conocía el poder de las plantas con tanta precisión, era por eso que había ido en su búsqueda, con la esperanza de encontrarlo.
La situación que había vivido nuestro emperador, lo llevó a tomar una decisión, contar toda la verdad a las mujeres. Estas quedaron muy sorprendidas con aquella revelación y en lugar de enojarse, dieron gracias por haber confiado en ellas. Así que se inclinaron e intentaron besar sus pies, como se acostumbraba con un gobernante, pero éste lo impidió.
—Señor —desde ahora seré su esclava, ordéneme lo que a bien tenga, le serviré hasta el fin. —dijo su esposa.
— Levántate, mujer, eres mi esposa y como mi señora te he aceptado. No tienes que arrodillarte ante mí y no quiero una esclava, te quiero como lo que eres ahora. —dijo Lucero de la Noche.
Desde aquel momento, los cuidados fueron mayores y por nada del mundo, dejaban ver al emperador, pero con el tiempo esta situación se tornó poco llevadera. Los habitantes de la aldea comenzaron a despreciarlo y a dudar de la temible enfermedad.
Muchos incrédulos quisieron ver al curandero y al verlo tan mal, lo contaron a todos los aldeanos y pronto, comenzó a recibir ofrendas, flores y regalos.
Pasados algunos días, un extraño que se paseaba por allí, tocó a la puerta y pidió a Brisa, que lo dejara pasar, pues quería conocer al hombre que curaba; según él ya la historia había tocado las puertas de su pueblo, y aseguraba que bastaría sólo una mirada para sentir alivio en su cuerpo, pero Brisa no lo pudo detener y entró hasta donde reposaba el emperador. Cuando éste lo vio, se tapó un poco la cara y se retorció en el piso, con el ánimo de ahuyentarlo. Lucero de la Noche había descubierto que el visitante era uno de sus ministros en el reino.
Al salir un poco conmovido, este hombre no pudo quitarse de la mente el rostro de aquel curandero que se revolcaba en el suelo y tomó su camino de regreso, pero con una gran duda. Sabía que sólo su emperador tenía manos prodigiosas en todo el reino y sólo él conocía el poder de las plantas con tanta precisión, era por eso que había ido en su búsqueda, con la esperanza de encontrarlo.
La situación que había vivido nuestro emperador, lo llevó a tomar una decisión, contar toda la verdad a las mujeres. Estas quedaron muy sorprendidas con aquella revelación y en lugar de enojarse, dieron gracias por haber confiado en ellas. Así que se inclinaron e intentaron besar sus pies, como se acostumbraba con un gobernante, pero éste lo impidió.
—Señor —desde ahora seré su esclava, ordéneme lo que a bien tenga, le serviré hasta el fin. —dijo su esposa.
— Levántate, mujer, eres mi esposa y como mi señora te he aceptado. No tienes que arrodillarte ante mí y no quiero una esclava, te quiero como lo que eres ahora. —dijo Lucero de la Noche.
Desde aquel momento, los cuidados fueron mayores y por nada del mundo, dejaban ver al emperador, pero con el tiempo esta situación se tornó poco llevadera. Los habitantes de la aldea comenzaron a despreciarlo y a dudar de la temible enfermedad.