Si permaneciésemos durante una semana metidos en la
Cueva de los Morceguillos durante un mes, no sdaríamos cuenta de lo quebradiza que es nuestra orientación en el tiempo.
Nuestra forma habitual de contar los minutos, las horas y los días se parecen a una capa de hielo: podemos movernos sobre ella con más o menos problemas, pero nos separa de un
mar de posibilidades de percibir el tiempo: una riqueza oculta, y sin embargo presente en el momento. Esta percepción no la podríamos olvidar, o muy pocos
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