Buenos días, Ruido de lija -le saludó el muchacho-. ¿Dónde vas al trote?
-A la fiesta del cura de Enare -contestó el glotón y siguió trotando.
El muchacho corrió tras él y le dijo:
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te arrojará en el tabique.
-No importa -dijo el glotón-. Roeré el tabique y huiré.
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te amarrará con una soga.
-Entonces me desamarraré -dijo el glotón.
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te arrancará el pellejo -le advirtió el muchacho.
- ¿Crees? -dijo el glotón, dubitativo-. Si es así, me vuelvo de inmediato.
Y se alejó trotando hacia el bosque.
Tiempo después, el caballo llegó al galope, orgulloso y haciendo flamear la crin. Galopando, galopando.
- ¿Dónde vas al galope? -le preguntó el muchacho.
-A la fiesta del cura de Enare -le contestó el caballo.
- ¡Cuidado, Cabeza de cepillo!. El cura te atará a una carreta.
-Entonces me desataré.
- ¡Te encerrará en el establo!
-Entonces saltaré por encima del establo.
- ¡Te dará golpes y golpes!
-Entonces le devolveré los golpes.
De modo que el caballo siguió galopando, hasta llegar a la Iglesia del cura, quien lo encerró en el establo, lo ató a una carreta y lo convirtió en su bestia de carga.
Detrás del caballo, la vaca llegó a trancos.
- ¿Dónde vas a trancos? -le preguntó el muchacho.
-Voy a la fiesta del cura de Enare -mugió la vaca.
-Cuidate, Pelo hirsuto -le advirtió el muchacho-. El cura te ordeñará la leche.
-Entonces le daré una cornada -mugió la vaca y prosiguió a trancos su camino.
Cuando llegó a su destino, el cura de Enare la encerró en la vaqueriza y la convirtió en animal doméstico. Lo mismo hizo con la oveja y la cabra, con el reno y el perro, con el gato y con otros animales que, por no seguir los consejos del muchacho lapón, ahora viven sometidos a los caprichos de un amo. En cambio los otros animales, los que escucharon los consejos, viven todavía libres en el bosque.
-A la fiesta del cura de Enare -contestó el glotón y siguió trotando.
El muchacho corrió tras él y le dijo:
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te arrojará en el tabique.
-No importa -dijo el glotón-. Roeré el tabique y huiré.
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te amarrará con una soga.
-Entonces me desamarraré -dijo el glotón.
- ¡Cuidado, Ruido de lija! El cura te arrancará el pellejo -le advirtió el muchacho.
- ¿Crees? -dijo el glotón, dubitativo-. Si es así, me vuelvo de inmediato.
Y se alejó trotando hacia el bosque.
Tiempo después, el caballo llegó al galope, orgulloso y haciendo flamear la crin. Galopando, galopando.
- ¿Dónde vas al galope? -le preguntó el muchacho.
-A la fiesta del cura de Enare -le contestó el caballo.
- ¡Cuidado, Cabeza de cepillo!. El cura te atará a una carreta.
-Entonces me desataré.
- ¡Te encerrará en el establo!
-Entonces saltaré por encima del establo.
- ¡Te dará golpes y golpes!
-Entonces le devolveré los golpes.
De modo que el caballo siguió galopando, hasta llegar a la Iglesia del cura, quien lo encerró en el establo, lo ató a una carreta y lo convirtió en su bestia de carga.
Detrás del caballo, la vaca llegó a trancos.
- ¿Dónde vas a trancos? -le preguntó el muchacho.
-Voy a la fiesta del cura de Enare -mugió la vaca.
-Cuidate, Pelo hirsuto -le advirtió el muchacho-. El cura te ordeñará la leche.
-Entonces le daré una cornada -mugió la vaca y prosiguió a trancos su camino.
Cuando llegó a su destino, el cura de Enare la encerró en la vaqueriza y la convirtió en animal doméstico. Lo mismo hizo con la oveja y la cabra, con el reno y el perro, con el gato y con otros animales que, por no seguir los consejos del muchacho lapón, ahora viven sometidos a los caprichos de un amo. En cambio los otros animales, los que escucharon los consejos, viven todavía libres en el bosque.