Andresito era su reverso. Dos años mayor que él, daba batazos tremendos y podía dedicarse perfectamente al fútbol. A todo el mundo le caía bien y las muchachitas le pintaban fiesta para que les dijera algo, y hasta llegaban a disputarse el ser sus novias.
Como si fuera poco, Andresito era listo y fuerte y tenía unos ojos preciosos.
En realidad, no tenía por qué ser malo. Al menos con su hermano. Pero le gustaba hacer maldades y reírse de los que tenían defectos. Eso sí: nunca lo llamó Lechucita; le gustaba más decirle El Pirata Bizco.
Dalia, su mamá, le explicaba que Andresito estaba celoso porque ella quería mucho a su pequeñito. Pero Enriquito no lo comprendía. Meditabundo, apenas miraba de frente. Así evitaba la mirada de los que, sin querer, trataban de adivinar cuál era el ojo del problema.
Por otra parte, ya no era tan pequeñito. Había crecido y su cuerpo le pedía cosas. Y a escondidas se acariciaba. Y se veía feo, con espejuelos o sin ellos. Y le rogaba a Dios que lo volviera tuerto para que Andresito no le dijera Pirata Bizco delante de la niña de la cual estaba enamorado.
Los tuertos inspiraban temor. Según su papá era mejor que lo temieran a uno a que no lo respetaran. Tienes que romperle la cabeza a unos cuantos, le decía. Por eso aprendía kárate. Se volvería un pitara karateca y le entraría a patadas a los que se metieran con él. Sería el Bruce Lee del cuarto grado. Y a otra cosa, mariposa.
Su tío Félix decía eso cuando acontecía algún cambio en su vida que no podía evitar. Qué se le va a hacer. A otra cosa, mariposa.
Como si fuera poco, Andresito era listo y fuerte y tenía unos ojos preciosos.
En realidad, no tenía por qué ser malo. Al menos con su hermano. Pero le gustaba hacer maldades y reírse de los que tenían defectos. Eso sí: nunca lo llamó Lechucita; le gustaba más decirle El Pirata Bizco.
Dalia, su mamá, le explicaba que Andresito estaba celoso porque ella quería mucho a su pequeñito. Pero Enriquito no lo comprendía. Meditabundo, apenas miraba de frente. Así evitaba la mirada de los que, sin querer, trataban de adivinar cuál era el ojo del problema.
Por otra parte, ya no era tan pequeñito. Había crecido y su cuerpo le pedía cosas. Y a escondidas se acariciaba. Y se veía feo, con espejuelos o sin ellos. Y le rogaba a Dios que lo volviera tuerto para que Andresito no le dijera Pirata Bizco delante de la niña de la cual estaba enamorado.
Los tuertos inspiraban temor. Según su papá era mejor que lo temieran a uno a que no lo respetaran. Tienes que romperle la cabeza a unos cuantos, le decía. Por eso aprendía kárate. Se volvería un pitara karateca y le entraría a patadas a los que se metieran con él. Sería el Bruce Lee del cuarto grado. Y a otra cosa, mariposa.
Su tío Félix decía eso cuando acontecía algún cambio en su vida que no podía evitar. Qué se le va a hacer. A otra cosa, mariposa.