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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Sólo que estaban muy confundidas y nerviosas, porque,...

Sólo que estaban muy confundidas y nerviosas, porque, contradictoriamente, más allá de la inclemencia que se suponía tuvieran, aspiraban a ser felices en un mundo que, aunque no fuera el mejor, no estuviera bajo la égida de los hijos de probeta, y donde una bruja que se superara pudiera mandar al Cielo, al Paraíso o a otra parte, al mismo Diablo, y disfrutar de eso que algunos llamaban “una vida sana”.
Fue entonces que, como desprendida de una de las nubes violáceas que se habían detenido en torno al cuarto creciente de la luna, una lechuza traslúcida cruzó por encima de las dos brujas contendientes y ambas gritaron “ ¡Sola vaya!”, cosa que hizo que los muertos recién enterrados se estremecieran en sus tumbas y empezaran a protestar por no haber vivido lo suficiente y… ¡lo que se formó allí fue tremendo! Varios, incluso, se las arreglaron para escapar saltando el muro de la Muerte, y andan por ahí, tratando de enfrentarse a las adversidades, con más o menos apariencia de vivos.
El caso es que ni Crisálida ni Agripina se batieron esa noche ni ninguna otra. Al oírse gritar al unísono, corrieron a auxiliarse y, abrazadas, comprendieron que no hay nada como contar con alguien que se solidarice con uno y sea capaz de darte una mano cuando lo requieras.
Las cruces de madera con las que pensaban batirse se quedaron al pie de la fosa en la que se citaron, que, según se decía, era donde pernoctaba Lucifer cuando venía al Trópico de vacaciones.
De más está decir que ninguna de las dos tuvo que viajar “a lo desconocido”. Su amistad a toda prueba deshizo el hechizo en que estaba sumido aquel sitio, al que ya nadie más llamó Pueblo Maldito y donde, sin que nadie se lo explicara, los buenos sentimientos empezaron a florecer por doquier.
Naturalmente, Crisálida y Agripina fueron botadas deshonrosamente de cuantas organizaciones de brujas existían y no se les permitió ejercer más la profesión.
Devaluadas, no les quedó más remedio que dedicarse a ser gorriones. Un par de gorriones como los que todas las mañanas visitan los aleros de las casas, en las que seres de buena voluntad les ofrecen pan y amor a cambio de un poco de alegría.

FIN