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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Con verdadera pasión, premeditación, alevosía, mala...

Con verdadera pasión, premeditación, alevosía, mala fe y otros derivados, el rencor y el odio fueron surgiendo entre las jóvenes brujas que, más pronto que tarde, supieron que la cosa era de “ ¡O tú o Yo!” Emplazadas y vilipendiadas, quedaron convertidas en dos gladiadoras que, más que una plaza, se disputaban el sobrevivir eternamente y, ya de paso, ser nominadas para el prestigioso premio La Escoba de Oro.
Por supuesto, dado que habían estado juntas desde la Primaria hasta la Universidad, las susodichas se sabían al dedillo los trucos y trampas de la otra y, también, que era inútil echarse brujerías: el veneno de una serpiente no mata a otra de su especie.
Lo que podían hacer era batirse. Sin excusa ni pretextos. Sostener un duelo del que una de las dos no saliera. Allá, en la parte baja del cementerio, a donde sólo iban los muertos insignificantes.
La cosa sería la noche en que doce nubes violáceas intentaran ahogar en quejidos a la creciente luna de aquel abril, que parecía iba a llenar de primavera los corazones de los que estaban empeñados en soñar.
Tanto una como la otra se prepararon lo mejor que pudieron. Cualquier fallo podía costarles la eternidad. Las brujas vencidas en estos combates terminaban en la hoguera. Al Diablo no le gustaban las perdedoras. Las hacía explotar como siquitraques. Luego, arrojaba sus cenizas a los siete vientos (había descubierto tres más) y no se volvía a hablar de la bruja quemada, como si el olvido se la tragara.
Era lo peor que le podía suceder a una hechicera que gozara de cierto prestigio. El anonimato era la contrapartida de la inmortalidad, y ellas lo sabían. Lo sabían desde niñas. Aun antes de que aprendieran a ser brujas. Pero tenían que correr ese riesgo. No podían continuar como estaban y, de hecho, una debía desaparecer. Solo así respetarían a la que quedara.