Muchas y fatigantes fueron las reuniones con ambas para hallar una solución decorosa, pero, nada: ninguna daba su escoba a torcer, por lo que, a la postre, compulsadas por chismes, chanchullos mal intencionados, se resquebrajó la afinidad entre las mismas y empezaron a caerse mal y a desdecir una de la otra, en un contrapunteo que dejaba mucho que desear y desdecía de la amistad inquebrantable que se tuvieron mientras que sus intereses no fueron afectados.
Como es lógico, el Consejo Técnico Asesor de la Empresa Brujas S. A. las llamó a contar y por enésima vez trataron de que entendieran el asunto, con vista a que alguna renunciara a la plaza y aceptara ser reubicada donde hicieran falta sus servicios. No lo lograron. Ni Crisálida ni Agripina renunciaron a sus derechos ni a sus izquierdos e insistieron en que querían permanecer en aquel maldito lugar.
La reunión terminó como la famosa fiesta del Guatao, un sitio perdido en el Mapa Mundi que, con el tiempo, pasó a ser un centro Turístico para Brujas de Exportación. Las másters salieron de la misma convertidas en enemigas declaradas, y a los integrantes del Consejo Técnico Asesor no les quedó más remedio que elevar el caso a la Alta Esfera del Ministerio de la Brujería.
Luego de un exhaustivo análisis y una no menos ídem investigación, los de la Comisión creada al efecto determinaron que, a la mayor brevedad, una de las dos tenía que hacer dejación de su cargo. De lo contrario, el Ministerio se encargaría del caso y nada bueno podía salir de eso.
Todas las brujas, pero sobre todo Crisálida y Agripina sabían que los de la Comisión descollaban por su deshonestidad y corrupción. No había quien les ganara, por lo que tenían que ser demasiado ingenuas para creer que los mismos actuarían de buena fe en la solución del conflicto laboral que presentaban, y ambas, individualmente, llegaron a la conclusión de que la plaza de Bruja quedaría ocupada por la que más ofreciera por esta. A la otra no le quedaría más remedio que irse para casa del…demonio. O algo así.
Tenían que destruirse una a otra. La posibilidad de desarrollo que les daba el medio, o sea, aquel “pequeño e infernal pueblo”, no podían desaprovecharla. Con tanta gente con problemas, obsesionados por obtener cosas que les permitieran “un mejor modo de vida”; hacinados, casi calcinados, en viviendas en las que no había cama para tanta gente; promiscuos y hasta el tope de “circunstancias histéricas” que ya duraban demasiado, cualquier bruja que se empeñara un poco podía llegar a DESTACADA A NIVEL NACIONAL.
Era terrible, pero era así. En el mundo de la brujería no cabían paños tibios. Una sola pifia sentimental podía costar un ojo de la cara. Y Crisálida y Agripina no tenían ningún interés en quedar tuertas (ya eran lo suficientemente feas).
Como es lógico, el Consejo Técnico Asesor de la Empresa Brujas S. A. las llamó a contar y por enésima vez trataron de que entendieran el asunto, con vista a que alguna renunciara a la plaza y aceptara ser reubicada donde hicieran falta sus servicios. No lo lograron. Ni Crisálida ni Agripina renunciaron a sus derechos ni a sus izquierdos e insistieron en que querían permanecer en aquel maldito lugar.
La reunión terminó como la famosa fiesta del Guatao, un sitio perdido en el Mapa Mundi que, con el tiempo, pasó a ser un centro Turístico para Brujas de Exportación. Las másters salieron de la misma convertidas en enemigas declaradas, y a los integrantes del Consejo Técnico Asesor no les quedó más remedio que elevar el caso a la Alta Esfera del Ministerio de la Brujería.
Luego de un exhaustivo análisis y una no menos ídem investigación, los de la Comisión creada al efecto determinaron que, a la mayor brevedad, una de las dos tenía que hacer dejación de su cargo. De lo contrario, el Ministerio se encargaría del caso y nada bueno podía salir de eso.
Todas las brujas, pero sobre todo Crisálida y Agripina sabían que los de la Comisión descollaban por su deshonestidad y corrupción. No había quien les ganara, por lo que tenían que ser demasiado ingenuas para creer que los mismos actuarían de buena fe en la solución del conflicto laboral que presentaban, y ambas, individualmente, llegaron a la conclusión de que la plaza de Bruja quedaría ocupada por la que más ofreciera por esta. A la otra no le quedaría más remedio que irse para casa del…demonio. O algo así.
Tenían que destruirse una a otra. La posibilidad de desarrollo que les daba el medio, o sea, aquel “pequeño e infernal pueblo”, no podían desaprovecharla. Con tanta gente con problemas, obsesionados por obtener cosas que les permitieran “un mejor modo de vida”; hacinados, casi calcinados, en viviendas en las que no había cama para tanta gente; promiscuos y hasta el tope de “circunstancias histéricas” que ya duraban demasiado, cualquier bruja que se empeñara un poco podía llegar a DESTACADA A NIVEL NACIONAL.
Era terrible, pero era así. En el mundo de la brujería no cabían paños tibios. Una sola pifia sentimental podía costar un ojo de la cara. Y Crisálida y Agripina no tenían ningún interés en quedar tuertas (ya eran lo suficientemente feas).