.... Y entonces, la mirada encuentra un reloj. Pocas veces puede percibirse tan dolorosamente el hechizo que este instrumento ejerce sobre nosotros. El poeta W. G. Sebald en una ocasión describió el poder de los relojes como el "movimiento de aquella aguja, semejante a la espada del verdugo, cuando cortaba del futuro la sexagésima parte de una hora con un temblor tan amenazador".
Este de sol, que vemos en una de las esquinas de la fachada de la iglesia, no tiene ninguna aguja en movimiento, pero al igual que los demás relojes, es el que cada vez que lo miramos, nos hace pensar en el paso del tiempo.
Este de sol, que vemos en una de las esquinas de la fachada de la iglesia, no tiene ninguna aguja en movimiento, pero al igual que los demás relojes, es el que cada vez que lo miramos, nos hace pensar en el paso del tiempo.
Cuando observamos algo con asombro, cuando estamos en pleno éxtasis creativo, cuando amamos, cuando las preocupaciones y los recuerdos pierden su importancia, en los momentos que llamamos mágicos, el tiempo se detiene; el momento lo abarca todo: pasado y futuro.
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