La muralla con flores, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

(13 de Mayo de 2012)
El Niño Jesús pensó un momento. Luego tocó el árbol con su dedo y he aquí que todas las telarañas empezaron a resplandecer como si fueran de oro. ¡Brillaban y rebrillaban entre las ramas; y los largos hilos dorados lo cubrían todo! ¡Qué maravilloso era!

Desde entonces siempre se colocan hilos dorados en el árbol de Navidad.
Por todas partes donde las arañas habían pasado, habían dejado sus largos hilos de seda. ¡Y ya os he dicho que habían pasado por todas partes… !
¡Era una cosa muy rara ver toda aquella maraña de hilo gris cubriendo el árbol!
¿Qué haría el Niño? Él sabía que a las mamás no les gustan nada las telarañas. No, de ninguna manera. ¡Un árbol de Navidad cubierto de telarañas! ¡Imposible!
Y como la Nochebuena estaba ya muy avanzada, el Niño Jesús bajó para bendecir el árbol y todas las cosas bonitas que lo adornaban. Pero cuando llegó allí ¡a que no adivináis lo que halló! ¡Telarañas!
Y entonces treparon quedito, quedito, de rama en rama, hasta llegar a lo más alto ¡Trepaban y miraban! ¡Estaban tan contentas y encontraban el árbol tan bonito! Arriba, abajo, en la punta de las ramas, en el tronco, en las velas, en los juguetes, quedito, quedito pasaban…
Estuvieron allí hasta que lo hubieron visto todo; y entonces se volvieron al sótano tan contentas, tan contentas…
Por la noche, cuando todos dormían, las dejó llegar al gran salón. Las arañas fueron bajando de la buhardilla quedito, quedito; quedito, quedito, fueron subiendo de los sótanos; con sumo cuidado se deslizaron por debajo de la puerta y se encontraron en el gran salón. Estaban todas: las mamás-arañas y los papás-arañas, las abuelas-arañas y los abuelos-arañas, hasta las arañas pequeñas, hasta las arañas-bebés. Corrieron por el suelo con sus ocho patitas y llegaron al pie del árbol.