(Junio de 2010)
-Si alguna vez te encuentras en peligro, piensa en nosotros y correremos en tu ayuda.
El príncipe prometió hacerlo así y, montando a caballo, llegó a una tercera selva. En ella encontró a cuatro faquires cuyo maestro había muerto, dejándoles en herencia cuatro cosas: una cama que trasladaba de un sitio a otro a quien se sentase en ella; una bolsa que proporcionaba a su poseedor todo cuanto le pidiera, joyas, comida o ropas; un vaso de piedra capaz de ofrecer siempre agua a su dueño, por muy lejos...
-Te juro que no le haré ningún daño -aseguró la tigresa-. Sólo deseo conocerle.
El tigre llamó entonces al joven y cuando éste salió de su escondite, la pareja de tigres le saludaron con numerosas demostraciones de afecto. Después le sirvieron una excelente cena. Durante tres días el príncipe permaneció con ellos y cada mañana miraba la herida del tigre. Cuando estuvo completamente cerrada despidióse de sus amigos, quienes le dijeron:
El tigre la vio venir y ocultó al príncipe a fin de que ella no le encontrase.
- ¿Quién te ha herido? -preguntó la tigresa-. ¿Por qué has lanzado ese rugido tan fuerte?
-No me ha herido nadie -replicó el tigre-. El rugido ha sido de alegría porque el hijo de un Rajá me ha quitado la espina que me clavé hace doce años.
- ¿Dónde está ese príncipe? ¡Quiero verlo enseguida!
-Si me prometes no matarlo, le llamaré.
- ¡Oh, no! No te devoraré. Te suplico que me libres de este dolor tan terrible.
El hijo del Rajá sacó un afilado puñal, y con un rápido movimiento, arrancó la espina. Esta se hallaba tan hundida en la pata de la fiera que, al salir hízole lanzar un rugido tan fuerte, que su hembra lo oyó desde donde se encontraba, y temiendo que algo malo le hubiera ocurrido a su pareja corrió a ayudarle.
-Yo te quitaré ese estorbo -prometió el príncipe-. Pero has de prometerme que, cuando te haya curado, no me devorarás.