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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Puente sobre el rio
Foto enviada por cuenka

Bajó deslizándose entre éstos, y emprendió la subida de la ladera opuesta. Caminó durante horas. De vez en cuando, oía ruidos como de burbujas bajo sus pies. Estaba intrigada…
Por la mañana Narana fue caminando a lo largo de la loma. A un lado la cuesta era escarpada y estaba cubierta de extrañas matas. Al otro lado, enormes trazos azules surcaban la ladera como ríos subterráneos.
Por fin amainó el ventarrón y comenzó a despejarse el cielo. Pero Narana no tenía ni idea de dónde estaba. Frente a ella se extendían cuatro lomas redondeadas, parecían los dedos de una mano gigantesca. Al caer la noche Narana llegó a la cumbre de la loma más alta, donde encontró un hueco para protegerse del viento. Rendida y desdichada, se acurrucó y se quedó dormida.
El vendaval la tiró al suelo y rodó y rodó, llevada por la tormenta, hasta que topó con lo que parecían ser dos grandes árboles.
Con unos zapatos, parecidos a raquetas de tenis, Narana podía caminar fácilmente por la nieve blanda. Pero de pronto cambió el tiempo. El viento arreció y arremolinó la nieve. La pobre Narana apenas podía ver por dónde iba.
El viaje de Narana

Era un día de sol, en pleno invierno, cuando Narana comenzó la larga caminata de vuelta a su pueblo. Había pasado unos días con su hermana en la montaña, y regresaba ahora a la costa al lado de su marido y los niños.
El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue ... (ver texto completo)
De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de resorte el que lo había movido a ello.
Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de ... (ver texto completo)
El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor importancia a todo aquello.
Un soldadito de plomo!
Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:
En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan largo era.
¡Adelante, te aguarda la muerte!
Adelante, guerrero valiente!