ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Cartel de la zona
Foto enviada por cuenka

Hangu volvió triste a su casa y esta vez, francamente, no pensaba: “Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos”.
Y entonces llegaron al campo cien mil ecos y comenzaron a arrancar espigas y a masticar granos y, antes de que a Hangu le diese tiempo de mesarse los cabellos, se habían comido todo el trigo.
- ¿Quién anda ahí? –gritó el rey d elos ecos.
-Soy yo, Hangu.
- ¿Y qué estás haciendo?
-He arrancado un par de espigas y mastico los granos para ver si están maduros.
. Estupendo, te quiero ayudar.
Un tiempo después, Hangu se dijo que era hora de ir a ver si había madurado el trigo. Fue al campo, arrancó un par de espigas y masticó los granos para comprobar si estaban maduros.
Diez mil ecos volaron de aquí para allá y espantaron a todos los pájaros.
Y una vez más Hangu se alegró pensando: “Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos”
- ¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
- ¿Y qué estás haciendo?
-Espanto a los pájaros, para que no me picoteen el trigo.
-Muy bien, te quiero ayudar.
“Francamente es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos”, pensaba Hangu durante el camino de regreso.
Creció el trigo y Hangu fue al campo decidido a espantar a los pájaros para que no se lo picoteasen. Acababa de llegar cuando la voz del rey de los ecos de nuevo gritó:
- ¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
- ¿Y qué estás haciendo?
-Arranco los hierbajos.
-Muy bien, quiero ayudarte.
Mil ecos se entregaron entonces al trabajo y, antes de que Hangu acabase de recorrer con la mirada el terreno, estaban arrancados todos.
Muy pronto, las semillas comenzaron a germinar y Hangu fue al campo para arrancar los hierbajos. Recién iniciado el trabajo, de nuevo resonó la voz del rey de los ecos
En un instante, el terreno quedó sembrado.
“Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos”, pensó Hangu muy contento y volvió a casa..
- ¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
- ¿Y qué estás haciendo?
-Esparzo las semillas en la tierra.
-Muy bien, quiero ayudarte –dijo el rey y envió en su ayuda a novecientos ecos.
Llegó la estación de las lluvias y Hangu, con una olla llena de semillas, se dispuso a sembrar su terreno. Pero en cuanto comenzó a sembrar oyó de nuevo la voz del rey de los ecos:
Los ecos se pusieron a trabajar con ahínco y, poco después de los rastrojos sólo quedaba un montón de cenizas y el terreno estaba bien abonado.
“Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos”, pensó Hangu muy contento y volvió a casa.
- ¿Quién anda ahí?
Era otra vez el rey de los ecos.
-Soy yo, Hangu.
- ¿Y qué estás haciendo?
-Quemo los rastrojos: con las cenizas abonaré el terreno.
-Muy bien, quiero ayudarte –dijo el rey y envió a trescientos ecos para que ayudasen a Hangu.
Más tarde, cuando los rastrojos se secaron por completo, Hangu se dirigió de nuevo al bosque para quemarlos y abonar el terreno con las cenizas. Acababa de encender el fuego cuando resonó una voz: