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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

La casa de la plaza
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

Al poco tiempo las siete desventuras fueron encarceladas, pues su vista molestaba a la nueva reina, y al poco tiempo la más joven de ellas tuvo un hijo que despertó las envidias de las seis restantes. Sin embargo, poco después todas querían con delirio al muchachito, que era su único consuelo, y cuando tuvo dos años se encontró con siete madres a cual más amante. El niño se mostró pronto tan útil, que las pobres prisioneras no hacían más que bendecir la hora de su nacimiento, pues desde aquel momento ... (ver texto completo)
-Tened, madre, guardadlos para haceros un collar con ellos, mientras yo estoy en palacio.
Enseguida acompañó al enamorado Rajá a sus dominios y se casó con él, acaparando para ella los trajes, los aposentos, las joyas y los esclavos de las siete reinas.
Tan trastornado quedó el Rajá por la belleza de la joven, que sin vacilar un momento, partió hacia su palacio y ordenó que fueran arrancados los ojos de las siete reinas, y con ellos regresó a la choza del barranco. La joven rió duramente al verlo, y atravesándolos con un hilo los tiró a su madre, diciendo:
Perfectamente, traedme los ojos de las siete reinas y entonces tal vez crea en vuestras declaraciones de amor.
La joven tendió una copa de agua al Rajá, quien la apuró con la mirada fija en ella, quedando convencido de que no era otra que la cierva blanca que persiguiera hasta allí.
La belleza de la muchacha hechizó al soberano, haciéndole caer de rodillas a sus pies, pidiéndole consintiera en ser su esposa. La joven soltó una carcajada, diciendo que siete esposas eran más que suficientes para un Rajá. Sin embargo, tanto imploró el monarca, que la muchacha dijo al fin:
Sin avisar a sus compañeros, el Rajá picó espuelas y partió tras la cierva. Cabalgó durante varias horas, creyendo ver siempre a lo lejos la vaga sombra del animalito, y al fin, rendido de cansancio y perdida ya la esperanza de alcanzarlo, detuvo su caballo ante una miserable choza, en la cual entró para pedir un vaso de agua.
Una vieja sentada en una desvencijada silla contestó a su petición llamando a su hija, quien salió de una habitación interior de la choza, y resultó ser una joven muy bella, ... (ver texto completo)
Al principio no tuvo mejor suerte que en los demás puntos y ya se disponía a volver sobre sus pasos cuando una hermosa cierva de cuernos de oro y cascos de plata, blanca como la nieve y hermosa como una diosa, pasó ante él, perdiéndose entre la enramada.
El Rajá, a pesar de que sólo había visto un momento al hermoso animal, sintióse invadido de unos incontenibles deseos de poseerlo y enseguida ordenó a sus monteros que rodeasen la espesura donde se había refugiado, para poderlo cazar vivo. Se formó ... (ver texto completo)
Para calmar su ansiedad, el Rajá contestó asegurando que no iría a cazar por aquel lado, y así lo hizo. Pero dio la casualidad que aquel día no encontró ni rastro de caza, a pesar de los trabajos de sus monteros. Trató de encontrarla en el Este y Oeste, sin conseguir mejor resultado. El soberano era un gran cazador, y le dolía regresar a su palacio sin haber cobrado ninguna pieza, así, olvidándose de su promesa se dirigió al Norte.
Entretanto, las siete esposas, que vivían regiamente en un magnífico palacio, enviaron un mensaje a su esposo, concebido en los siguientes términos:
"Señor. Dignaos no ir a cazar hacia la parte Norte, pues todas hemos tenido malos sueños esta noche y tememos por vuestra vida".
Ocurrió que un día, un pobre faquir fue a ver al Rajá y le dijo:
-Tus plegarias han sido escuchadas y una de tus esposas tendrá un hijo.
Al oír esto la alegría del monarca no tuvo límites. Enseguida dio orden de preparar grandes fiestas para celebrar el feliz acontecimiento que se avecinaba y se dispuso a salir de caza, que era su distracción favorita.
EL HIJO DE LAS SIETE REINAS
Érase una vez un Rajá que tenía siete esposas, pero ningún hijo. Esto era para él un gran pesar y mortificación, sobre todo cuando pensaba que al morir su trono quedaría vacante por falta de heredero.