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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

La casa de la plaza
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

Dicen las crónicas que al consumirse la hoguera, de las cenizas salió un inmundo gusano, que fue aplastado por el Sumo Sacerdote, quien reconoció en él el alma de la hechicera.
En cuanto a las siete reinas, regresaron a su palacio, y pasaron felizmente el resto de sus vidas, mientras su hijo gobernaba con gran acierto sus dominios, en los que jamás faltó el pan a nadie.
Sin embargo, su asombro fue aún mayor al ver a las siete reinas, vestidas como convenía a su clase, y en quienes reconoció a sus siete primeras esposas.
La princesa, arrojóse a los pies del Rajá, y le explicó toda la verdad de lo ocurrido. El soberano quedó muy apesadumbrado por su comportamiento y decidido a repararlo en lo posible, hizo prender a la Raní, y la condenó a morir en la hoguera.
El Rajá, que había oído hablar mucho de las riquezas del hijo de las siete reinas, aceptó la invitación, y su asombro no tuvo límites cuando al entrar en el palacio, vio que era exactamente igual al suyo.
Con esto en su poder, el príncipe se convirtió en el mayor cosechero de trigo del país, y en pocos meses fue el hombre más rico de la India. A su fortuna se añadió la de su esposa, quien enterada de la historia de su marido y conocedora por las siete reinas del comportamiento del Rajá, hizo construir un palacio exactamente igual al del monarca, y un día le invitó a comer en él.
"No faltes esta vez. Mata al dador y convierte su sangre en rocío matutino."
Como las veces anteriores, la princesa cambió la carta, y la bruja, a pesar del disgusto que tal acción le producía, entregó al joven el grano de trigo del millón de espigas, que germinan en una noche.
El príncipe aceptó encantado, y a cambio del ave recibió una carta para la bruja, concebida en los siguientes términos:
Otra vez envió por él y cuando lo tuvo en su presencia, le preguntó cómo había regresado tan pronto y al enterarse de lo bien que le había recibido la bruja, y de que le entregó la vaca que siempre da leche, estuvo a punto de desmayarse de rabia, mas consiguió dominarse, y le dijo que si le daba aquel pichón, ella le entregaría el grano de trigo del millón de espigas, que germinan en una noche.
Uno de ellos cayó muerto ante la ventana de la Raní, quien se asomó a ver lo que ocurría, y con profundo asombro e indignación, vio todavía vivo al odiado príncipe.
Viendo que sus madres estaban ya en situación desahogada, el príncipe decidió regresar junto a su amada princesa, pero al pasar junto al palacio del Rajá, no pudo resistir la tentación de tirar unas flechas contra los pichones.
Como era tanta la leche que daba el animal, las siete reinas empezaron a hacer quesos y requesón, que vendieron más barato que nadie, consiguiendo en poco tiempo una bonita fortuna.
Pero no contaba la maga con la princesa, quien al preguntar a su futuro marido el motivo de su tardanza, se enteró de lo que le había dicho la Raní, y del contenido de su carta.
Como había hecho la vez anterior, la princesa cambió la carta, y así, cuando el joven llegó a casa de la bruja, ésta se vio obligada a entregarle la hermosa vaca que da leche siempre. El príncipe, pensando sólo en sus madres, se apresuró a llevarles la vaca, que con su leche, les aseguró el alimento para muchos días.
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El príncipe aceptó encantado el cambio y la Raní le dio otro mensaje para su madre, diciendo que le entregaría la vaca, pero en realidad, la carta decía lo siguiente:
"Mata al dador y convierte su sangre en rocío matutino."
Lanzando un grito de rabia llamó a un esclavo y le ordenó que hiciera subir al joven, y cuando le tuvo en su presencia le preguntó cómo había vuelto tan pronto. El joven le explicó lo ocurrido, y la rabia de la hechicera no conoció límite. No obstante, fingió estar satisfechísima con el éxito, y le dijo que si le regalaba aquel otro pichón, le daría la hermosa vaca de Jogi, cuya leche mana sin cesar durante el día.
-Mamaíta, de ahora en adelante yo seré tu otro ojo.
Después de esto, partió a casarse con la princesa, como había prometido, mas al pasar ante el blanco palacio de la Raní, vio unos pichones en el tejado y sin pensarlo un momento disparó una flecha que hirió al más hermoso de todos.
La Raní, oyó silbar la flecha y se asomó al balcón, viendo con profunda sorpresa que el príncipe seguía vivo.
Cuando llegó a la cárcel donde le aguardaban las siete reinas, entregó un par de ojos a cada una de las más viejas, y a la joven, su madre, sólo le dio uno, diciéndole: