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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Cielo rojizo
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

-Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada.
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir:
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo:
No le dijo ni una palabra amable, no pensó por un momento en el torbellino que había en su corazón. Ella sólo pensaba en sí misma y en su victoria personal sobre la esposa del astrólogo de la Corte.
-Ten valor -dijo ella. Eres un desdichado cobarde y avaro. ¡Piensa algo aunque sea mientras pones los dátiles en el recipiente para que yo pueda alguna vez vestirme como la mujer del astrólogo de la Corte y verme en el rango social al que por mi belleza tengo derecho!
Criatura estúpida -dijo él-. ¿Es que no recuerdas que encontré la respuesta en ambos casos simplemente por voluntad de Dios? Nunca podré poner en funcionamiento tal truco de nuevo ni aunque viviera cien años. No, creo que lo mejor para mí será meter cada noche un dátil en un recipiente y cuando haya cuarenta dentro sabré que es la noche del cuadragésimo día y el fin de mi vida. Sabes muy bien que no tengo la habilidad de calcular y nunca lo sabré si no lo hago así.
Volvió a su casa y se lo contó a su esposa:
-Querida, me temo que tu gran codicia ha significado el que yo ahora sólo tenga cuarenta días de vida. Gastémonos alegremente lo que hemos conseguido pues en ese tiempo seré ejecutado.
-Pero marido -contestó ella. Tienes que descubrir a los ladrones en ese tiempo con el mismo método con el que encontraste el rubí del Rey y el collar y los pendientes de la mujer.
Te concedo cuarenta días pues -dijo el Rey-. Pero cuando hayan pasado, si no tienes la respuesta, pagarás con tu vida.
El astrólogo de la Corte parecía feliz y sonrió de satisfacción tras de su barba y su mirada le hizo sentirse al pobre Ahmed muy inquieto. ¿Y si después de todo, el astrólogo de la corte tenía razón?
-Muy bien -dijo el Rey-. ¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con mis joyas?
-No lo puedo decir antes de cuarenta días -contestó Ahmed-. Si su majestad me concede ese tiempo para consultar a las estrellas. Cada noche hay una conjunción distinta de los astros que tengo que estudiar....
-Quién es el ladrón según las estrellas -preguntó el Rey.
-Es aún difícil de decir, mis cálculos llevan algo de tiempo -dijo Ahmed entrecortadamente-. Pero, por ahora, diré esto: no fue un ladrón solo el que cometió este horrible robo del tesoro de su majestad, sino cuarenta
El astrólogo del Rey, mientras tanto, iba haciendo circular mentiras sobre Ahmed a sus espaldas y se supo que decía que le concedía a Ahmed cuarenta días para encontrar a los ladrones, luego profetizó que Ahmed sería ahorcado al no poder descubrirlos.
Ahmed fue llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia ante el soberano.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
Por aquel entonces fue robado el tesoro del Rey que consistía en cuarenta cofres de oro y joyas. Los oficiales del estado y el jefe de la policía intentaron encontrar a los ladrones, pero sin resultado. Finalmente fueron enviados a Ahmed dos sirvientes para preguntarle si podría resolver el caso de los cofres desaparecidos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
-Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!, y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
-Señora, mirad la abertura, mirad la abertura.
El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria:
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja: