ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Anochece en verano
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

Andaluces en la selva

Un grupo de andaluces organizó una excursión a la selva. El guía iba al frente de la expedición, cuando de pronto ve a una enorme serpiente muy cerca, entonces grita:
- ¡Una boa! ¡Una boa!
Y los demás integrantes de la expedición contestan a coro:
- ¡Vivan los novios!
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S. J.
Editorial: COLLIER'S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.;
páginas 433-434
Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por su hermano, Lupicino. Este le sobrevivió cerca de veinte años, y su fiesta se celebra por separado, el 21 de marzo. La biografía latina habla sobre todo, de las austeridades de Lupicino, pero cuenta también grandes maravillas de la bondad de Román para con los monjes y de su espíritu de fe. En una época de hambre, obtuvo con sus oraciones la multiplicación del grano que quedaba en el monasterio. Cuando sus monjes, cediendo a la ... (ver texto completo)
San Román hizo una peregrinación al actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460.
Los dos hermanos construyeron los monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, ... (ver texto completo)
Breve Biografía

A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño. Llevó consigo las "Vidas de los Padres del desierto" de Casiano, algunos útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual ... (ver texto completo)
Santoral

Román de Condat, Santo
Abad, 28 de febrero

Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los santos

Abad
Martirologio Romano: En los montes del Jura, en Francia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos cenobitas, primeramente abrazó la vida eremítica y llegó después a ser padre de numerosos monjes († 460).
Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia — "no hay nada más implacable y cruel que la envidia (109), decía Schopenhauer — y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia.

Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:

1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y ... (ver texto completo)
Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad (99).

La pasión ... (ver texto completo)
Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomas de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos (98). Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza. ... (ver texto completo)
Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona- De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede Ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico —como la salud en el estado de ánimo—, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en 1a palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida.

Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro. ... (ver texto completo)
Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe con-formarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá. ... (ver texto completo)
La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios (96).

Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación (97). El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en él enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico —la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos— y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia. ... (ver texto completo)
El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" (94) e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee ... (ver texto completo)
Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones ... (ver texto completo)