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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

puerta del molino
Foto enviada por LUIS ANGEL

Pinocho deseaba morirse también. Entonces, en la tenue luz del amanecer, apareció una gran paloma revoloteando sobre la lápida y le dijo al muñeco:
—Pobre hada —gemía— ¿Por qué has tenido que morirte? Yo tengo la culpa. Debí hacerte caso a ti y no al malvado zorro. Y mi pobre padre, ¿qué habrá sido de él? Quiero quedarme con él para siempre y no me marcharé nunca más de casa. ¡Oh, hada! Te suplico que vuelvas a la vida. No me dejes solo aquí.
¡Era una lápida sepulcral! Y cuando Pinocho leyó la inscripción, creyó que se le partía el corazón. Se arrojó al suelo, rompió a llorar y así permaneció toda la noche, sollozando amargamente.
“Aquí yace el hada que murió de pena cuando la abandonó Pinocho.”
Rápido como el rayo, Pinocho cerró tras ellas la puerta, arrimó a ésta una piedra enorme, y se puso a ladrar con toda sus fuerzas. ¡Guau, guau, guau, guau! Las comadrejas aporrearon la puerta, mas fue inútil. El granjero vino corriendo con su escopeta, atrapó a las cuatro comadrejas y las metió en un saco. ¡Ya os tengo! ¡Iréis de cabeza al puchero, ladronas, más que ladronas! ¡Qué magnífico perro guardián! El granjero estaba tan satisfecho con Pinocho que lo dejó libre, y se despidió de él dándole ... (ver texto completo)
Antes de que Pinocho pudiera añadir nada más, las comadrejas abrieron la puerta del gallinero y se colaron dentro.
—Pues, pues… yo…
—No importa, no importa. Haremos contigo el mismo trato que con Melampo. Si te quedas calladito y nos dejas llevarnos ocho pollos cada semana, tú recibirás un pollo bien gordito, ¿de acuerdo?
—Yo no soy Melampo. Ha muerto. Yo soy un muñeco y estoy aquí como castigo
—Buenas noches, Melampo.
Pinocho se acostó sobre la paja. ¡Qué desgraciado se sentía! Al fin, agotado de tanto llorar, se quedó dormido, mas no tardaron en despertarle unos extraños ruidos. En el corral había cuatro grandes comadrejas. Una de ellas se acercó a la perrera de puntillas y dijo:
El granjero fue a acostarse dejando junto al muñeco un cuenco con agua y un hueso.
— ¡Si ves a esas comadrejas ladronas, te pones a ladrar! ¿Entendido?
¡Y, pese al espanto de Pinocho, el granjero le puso un grueso collar y le encadenó a la perrera!
— ¡Quien quiera que sea capaz de robar uvas es capaz de robar pollos! Vendrás conmigo al corral. Esta mañana ha muerto mi perro guardián, y tú puedes ocupar su sitio.