El aposento no le gustaba, y lo peor era que, como cada vez entraba más heno por la
puerta, el espacio se reducía continuamente. Al fin, asustado de veras, pse puso a gritar con todas sus fuerzas: – ¡Basta de forraje, basta de forraje! La criada, que estaba ordeñando la
vaca, al oír hablar sin ver a nadie y observando que era la misma voz de la
noche pasada, se espantó tanto que cayó de su taburete y vertió toda la leche.