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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Almorzando con los amigos
Foto enviada por cuenka

Sucedió que Barba Azul no tenía herederos, y así su mujer se convirtió en la dueña de todos sus bienes. Empleó una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde hacía mucho tiempo; empleó la otra parte en comprar cargos de capitán para sus dos hermanos; y el resto en casarse ella también con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que había pasado con Barba Azul.
La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tenía fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos.
En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abrió vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. Él reconoció a los hermanos de su mujer, el uno dragón y el otro mosquetero, así que huyó en seguida para salvarse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes de que pudiera alcanzar la salida. Le atravesaron el cuerpo con su espada y lo dejaron muerto.
Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembló.

La pobre mujer bajó y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada.

-Es inútil -dijo Barba Azul-, tienes que morir.

Luego, cogiéndola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza.

La pobre mujer, volviéndose hacia él y mirándolo con ojos desfallecientes, le rogó que le concediera un minuto para recogerse.
... (ver texto completo)
Veo -respondió su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado.

- ¿Son mis hermanos?

- ¡Ay, no, hermana! Es un rebaño de ovejas.

- ¿Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul.

-Un momento -respondía su mujer; y luego volvía a preguntar:
... (ver texto completo)
No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:

- ¡Baja en seguida o subiré yo a por ti!

-Un momento, por favor -le respondía su mujer; y en seguida gritaba bajito:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana respondía:

-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

- ¡Vamos, baja en seguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti!

-Ya voy -respondía su mujer, y luego preguntaba a su hermana:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie? ... (ver texto completo)
-Ana, hermana mía (pues así se llamaba), por favor, sube a lo más alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendrían a verme hoy, y, si los ves, hazles señas para que se den prisa.

u hermana Ana subió a lo alto de la torre y la pobre aflígida le gritaba de cuando en cuando:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana le respondía:
-No lo sabéis -prosiguió Barba Azul-; pues yo sí lo sé: habéis querido entrar en el gabinete. Pues bien, señora, entraréis en él e iréis a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habéis visto.

Ella se arrojó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca.

-Señora, debéis de morir ... (ver texto completo)
Al día siguiente, él le pidió las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que él adivinó sin esfuerzo lo que había pasado.

- ¿Cómo es que -le dijo- la llave del gabinete no está con las demás?

-Se me habrá quedado arriba en la mesa -contestó.

-No dejéis de dármela en seguida -dijo Barba Azul.

Después de aplazarlo varias veces, no tuvo más remedio que traer la llave.

Barba Azul, habiéndola mirado, dijo a su mujer:

- ¿Por qué tiene sangre esta llave?

-No lo sé -respondió la pobre mujer, más pálida que la muerte. ... (ver texto completo)
Barba Azul volvió aquella misma noche de su viaje y dijo que había recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se había ido acababa de solucíonarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso.
Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por más que la lavaba e incluso la frotaba con arena y estropajo, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no había manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, aparecía en otro.
Después de haberse recobrado un poco, recogió la llave, volvió a cerrar la puerta y subió a su habitación para reponerse un poco; pero no lo conseguía, de lo angustiada que estaba.
Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; después de algunos momentos empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes (eran todas las mujeres con las que Barba Azul se había casado y que había degollado una tras otra). Creyó que se moría de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cayó de las manos.
Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibición que su marido le había hecho, y considerando que podría sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentación era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogió la llavecita y, temblando, abrió la puerta del gabinete.
Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesía dejarlas solas, bajó por una pequeña escalera secreta, y con tal precipitación, que creyó romperse la cabeza dos o tres veces.