El curso había terminado y hacía días que no veía a Tere, la de la
calle ancha.
Esa tarde mi abuela me mandó a por
agua al
pozo del hermano Modesto. Cogí el botijo y cuando salía por la
puerta apareció ella, sonriente como siempre, bella como siempre, sencilla como siempre; nos miramos y cada un siguió su
camino. Me enfadé conmigo mismo por no haberla hablado, volví al lugar donde nos habíamos visto pero ya no estaba. Me quedé toda la tarde. ¡Su recuerdo me alivió la sed!