Yo, con menos de dos añitos – y aún me acuerdo- llegaba a Brazatortas en la parte central del asiento de la moto de mi padre, en la trasera iba mi “torteña” madre. Entrabamos por la carretera, o mejor, camino pedregoso, de Córdoba y veíamos a las lavanderas en el lavadero, después llegábamos a la calle más florida del pueblo, por el nombre, y allí nos recibían mis abuelos: él, alto y rubio, aunque siempre llevaba un sombrero de fieltro; ella, bajita, con el pelo ondulado hacia atrás. Luego llegaba ... (ver texto completo)