El origen de esta formidable edificación se localiza en los últimos años del siglo XVII cuando las
familias de Quevedo por un lado, y de Cossío por otro, construyeron sus viviendas adosadas, al estilo de la época, pero absolutamente independientes. Con el paso de los años los dos elementos se unificaron en uno solo manteniendo los nombres de los dos propietarios.
Situadas en la
calle del
Río, al término de la calle del Cantón, lo más destacado de la construcción se encuentra en la vivienda menos atractiva, la de la
familia Quevedo, que relegó el
escudo heráldico en el antepecho del cuerpo en la
fachada norte, justo en la parte posterior de la
puerta de acceso. Asi, en la parte inferior de la casona se arbitró una solución arquitectónica para desaguar el
abrevadero situado enfrente, creando un
túnel con
arcos de
piedra por donde salía el
agua. A destacar también es la calidad de la piedra de sillería que se aprecia en las dos alturas y la puerta del
balcón que se sitúa bajo el escudo.
Adosada a este costal se encuentra la fachada de la familia de los Cossío, con un imponente escudo sostenido por dos grandes leones, que atrapa la vista, en primer lugar por su espectacularidad, así como la armónica distribución del especio, los dinteles, las pilastras y el bello balcón montañés. La curiosidad de esta vivienda reside en la representación del Dios de la
Lluvia azteca, Tlaloc, muy presente en las
puertas de las
casas de los Indios y los conquistadores, para honrar a la divinidad y solicitar su protección.
La
tradición dice, que esta superstición pudo llegar a la tradicional casona de Santillana, por José de Cossío
Barreda, probable benefactor de la misma, cuyo cargo era oidor en el Consejo de las Indias.
Alberga un obrador, y ofrece la posibilidad de degustación de bizcocho y leche.