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BIELVA: Luis, magnifico artículo logrando con tus palabras...

Me alegro Francisco de que mi información te haya sido de utilidad. Si algún día visitas Bielva, con toda confianza pregunta por Luis, que encantado si puedo, te acompañaré a visitar esos abrevaderos. El bebedero que tal vez recuerdes puede ser el de La Javariega, pues siempre conservó agua fresca y las bacazas, como le llamabamos de crios, (tritones) siempre abundaron allí.
Bienvenido al foro Pepe, muy buenas esas fotos de Pieño.
Gervasio, estoy totalmente de acuerdo contigo en todos los comentarios que haces de tu madre, Cionitu, Pepe el herrero, tu hermano Toñin... ¡Que no te quepa la mayor duda que todos ellos marcan de alguna forma nuestras vidas!
Yo tuve un abuelo, que era un encanto de persona. Cielo le llamaba cariñosamente todo el pueblo. Era un ganadero de los de hace sesenta años. Con una docena de vacas, la pareja de uncir, una recilla de ovejas, dos chones para sacrificar en invierno y unas gallinas se las arreglo para criar una familia; en casa leche, cocido, torta de borona y derivados del cerdo nunca faltaron.
Le pude disfrutar poco, pues con nueve años marche al colegio y solamente tres vacaciones de verano y los años más infantiles son los recuerdos que guardo de él.
El abuelo tenía algo especial para los animales, cuando el veterinario no podía acudir a tratar alguna vaca por lo que fuese, siempre acudían todos en su busca. El diagnostico y los consejos posteriores para su cura pocas veces fallaban. Sus manos y su inteligencia natural eran divinas, esguinces, luxaciones, partos e incluso alguna operación, si terciaba, pasaban por sus finos dedos. Todos le querían y su forma de entender la vida, ayudando a todo el vecindario, tomándose las cosas con humor dejo huella.
Probablemente a él deba yo mi apego a lo rural, mucho más que a lo urbano.
Cuando en los días soleados me doy una vuelta por los pueblos de la comarca: Lafuente, Carmona, Cosio, Tudanca o Uznayo parece que a mi paso solo encuentro ancianos y ancianas en portales y huertas. La huella del paso del tiempo se refleja en caras arrugadas y curtidas por los fríos aires del invierno, en cabellos cenicientos, en sentidos gastados de tanto uso, en hombros caídos bajo el peso de las faenas del campo, en brazos lacios con exiguas fuerzas, en torpes piernas que perdieron la agilidad de años mozos. Muchos superan ya las ochenta primaveras y sin embargo hay siguen, al pie del cañón. ¡Como me recuerdan al abuelo!
Son estos abuelos y abuelas quizás los últimos exponentes de una generación recia, sacrificada, trabajadora y generosa que encontraron en la disciplina espartana de la vida sus ganas de vivir con esta intensidad. Solo en los últimos años de sus vidas han encontrado el alivio de la seguridad en esta sociedad de progreso y consumo actual.
En este país, ¡cómo ha cambiado la vida en tan pocos años! es la exclamación de incredulidad de muchos de nuestros mayores. Quien mejor que ellos, que han contemplado a lo largo de los años la evolución de una nación, para ver que el avance en muchos aspectos ha sido galopante, quizás demasiado rápido.
Cuando por las tierras y campos del pueblo veo todavía a estos abuelos que se niegan al retiro forzoso de una vida holgada y placentera y no la cambian por su vida de siempre, de trabajo y pundonor, uno no puede menos que sentir admiración, cargada de un hilo de tristeza, por ver como ese afán por conservar lo que ya no les hace falta, se irá pronto con ellos. Los hijos han marchado en busca de mejor vida a la ciudad, pero los padres, a no ser de pura necesidad, no han querido seguir sus pasos y se niegan a que lo que tanto trabajo y sacrificio les costo se pierda, sabiendo incluso que eso será inevitable. No se quieren dar por vencidos y con más de medio siglo de duros trabajos a las costillas y con las manos deformadas por la artrosis quieren morir sintiéndose útiles. Su trabajo callado sigue ayudando en el autoconsumo diario y muchas veces incluso reconforta al resto de la familia.
Qué decir de las abuelas que con su azada en la mano todavía trastean en el huerto, con su brazado de leña tizan todos los días la cocina, con sus ollas a la lumbre, cada fin de semana o por las fiestas, dan de comer a toda la familia. Quien no puede dejar de sentir ese eterno agradecimiento a estas abuelas que siempre están pendientes para que a los suyos no les falte de nada.
Por todo esto mi pueblo no es un pueblo de viejos sino un pueblo de jóvenes de avanzada edad, que todos los días hacen su vida cotidiana con naturalidad, a un ritmo más suave si se quiere, ya tampoco tienen prisa para nada. Es el espíritu, las ganas de vivir que ponen en todos sus actos, lo que anima y fortalece a estos abuelos, siempre jóvenes. ¡Cuántos jóvenes querrían para sí el espíritu de nuestros mayores! Pero el espíritu no se hereda, se forja todos los días con esfuerzo, trabajo y sacrificio.
La juventud actual heredo el bienestar, el consumo y la vida cómoda de esta sociedad de hoy, tan diferente a la de hace 50 años. El abismo generacional entre abuelos y nietos es a veces muy grande y uno ve como los jóvenes no pueden muchas veces entender algunos comportamientos de nuestros mayores y viceversa. Que poco entiende el abuelo de derroche y que difícil se le hace al nieto no derrochar. ¿Porque rutan tanto los abuelos? se preguntan los nietos con frecuencia. La forma de entender la vida ya no es como era. El que mi hijo disfrute de lo que yo no pude tener, como dicen muchos padres, quizás nos ha llevado a no valorar realmente lo importante de la vida.
En estos momentos de crisis, a la que tal vez nos ha llevado ese despilfarro excesivo, es posible que entendamos mejor el legado de nuestros abuelos. Una generación debe dejar paso a la siguiente pero los cambios producidos en esto últimos años han sido tan profundos en muchos aspectos de nuestras vidas que deberíamos reflexionar seriamente en cuántos de ellos habría que poner algo de freno.

Luis, magnifico artículo logrando con tus palabras un retrato tan detallado que ni mil imágenes lo harían mejor. Buenísima reflexión de nuestros abuelos constatando una realidad en la que nuestra generación, es decir nosotros, tiene mucha culpa del balanceo que hemos permitido criando una generación de consumistas que ahora no hay Cristo quien los pare los pies, porque no están acostumbrados a recibir un NO como respuesta y todo por aquello que como padres nos hemos metido en la cabeza el lema: “que no les falte lo que a nosotros” y por ello les hemos conducido a éste abismo que la propia naturaleza no aguanta y a la despensa del Planeta Tierra la estamos metiendo unos tajos que como se nos mosquee nos vamos a comer lo que yo te diga. En fin, confiemos estar a tiempo y concienzarnos de mesurar ese despilfarro innecesario para el bienestar común. ¡Coño! Hay profundidad de pensamientos en Bielva, ¡si señor!