UJO: AQUÉL NIÑO Enrique de Antonio...

AQUÉL NIÑO Enrique de Antonio
A ver, dímelo tú, si es que me entiendes. Tengo doce años; a los cinco ya me acostumbré, si es que a eso se puede acostumbrar uno. Agarrotados de miedos, corríamos de aquí para allá en aquellas luchas de tribus. ¿Por qué esas matanzas si todos éramos del mismo color de piel?. Mi padre decía que por odios. ¿Tú entiendes eso de los odios? Creo que él si lo supo cuando aquel machetazo, que yo vi su sangre a borbotones que era la mía, segúin decian. Luego llegaron los campos de refugiados, algo de comida... y las moscas pegajosas, fijas en mis ojos. Yo agarrado a la mano de mi madre. Solo yo, pues mis hermanos mayores estaban agarrados a un fusil. Fíjate, mis hermanos mayores que tenían en aquel entonces los años que tengo yo ahora, más o menos. Y los dos se quedaron en algún sitio, quietos, abrazados al fusil. Después, mucho después, vino la paz. Así llamaban los viejos del poblado a aquel trozo de tiempo, sin tiros ni estampidos. De vuelta a casa, esto es un decir, pues ya ni casa teníamos. Y ahora estoy aquí, por estas tierras que me han dado cobijo, aprendiendo a leer y a escribir, que no es poco, y tratando de olvidar, que eso si es mucho. Ya le he dicho a mi maestro que lo que más me cuesta escribir es la palabra "mamá", en la lengua de aquí. Él me mira con una sonrisa a medio salir, y yo no me atrevo a decirle que yo ya no tengo mamá, porque la mató una mina antipersonas. ¿Tú entiendes todo esto?.
El pardo gorrión cabeceaba desde la rama baja del pino. Lanzó unos pocos chirridos, y el niño vió, o creyó ver unas humedades en la negrura de los ojos del pájaro.


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