TURON: Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas,...

Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo,
y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde
doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño:- ¡Puedo volar! ¡Escuchen! ¡PUEDO VOLAR!
Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos,
mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y
escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.
Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la
libertad es la misma esencia de su ser; que todo aquello que le impida esa
libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en
cualquier forma.
-Eliminado -dijo una voz en la multitud-, ¿aunque sea Ley de la Bandada?
-La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No
hay otra.
- ¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres
especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.
- ¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a María Antonio! ¿Son
también ellos especiales y dotados y divinos? No más que vosotros, no más
que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a
comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.
Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se habían dado
cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo.
Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a
despreciar.
-Dicen en la Bandada que si no eres el Hijo de la misma Gran Gaviota -le
contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de Velocidad
Avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante
de tu tiempo.
Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman
diablo o te llaman dios.
- ¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?
Un largo silencio.
-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera
aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor
nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las
gaviotas.
-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-.
Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.
Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro se hallaba explicando los
principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa
de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris
disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer
vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre. En una décima
de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a
la izquierda, y a mas de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse
contra una roca de sólido granito.
Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia
otros mundos.