TURON: Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son...

Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han
vuelto! ¡Y eso... eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un
combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.
-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado.
Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.
Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan,
quien no dio muestras de darse por aludido. Organizó sus sesiones de
prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez,
forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.
- ¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruébalo
primero y alardea después! ¡VUELA!
Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota,
paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendió a
sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la más ligera brisa,
llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena
hasta las nubes y abajo otra vez.
Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran
Viento de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volvió,
maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.
Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caída
"en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas
refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel
triple que fue observado por más de un ojo furtivo.
A toda hora Juan estaba allí junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo,
presionando, guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el
puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonoba miserablemente en
tierra.
Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el
momento escuchaban de cerca a Juan. Tenía él ciertas ideas locas que no
llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.
Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un
círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin
deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer.
Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea
y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se
convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de
Juan.
La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por
la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.
-Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada
en el mundo, quiero volar...
-Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos.
-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.
-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y
ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la Ley de la Gran Gaviota,
la Ley que Es.
- ¿Estás diciendo que puedo volar?
-Digo que eres libre.