TURON: Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices,...

Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero
curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.
Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos
que a comprender la razón oculta de ello.
-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea
ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de
alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza.
Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas
prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...... y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. Les
gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre
por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera
Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser
tan real como el vuelo del viento y las plumas.
-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras
ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes
ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas
de tu cuerpo. -Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una
agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir.
Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de
volver a la Bandada.
- ¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-. ¡Ni seremos
bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos
bienvenidos, ¿verdad?
-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y
se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.
Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la
Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una
sola vez en diez mil años. La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya
volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía
por si solo a la hostil Bandada.
-Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la
Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es
allá donde se nos necesita.
Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos
en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas.
Sobrevolaron la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco
kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala
derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda. Entonces la
formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo
pájaro... de horizontal... a... invertido... a... horizontal, con el viento
rugiendo sobre sus cuerpos.
Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si
la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota
les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho
pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un
amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces,
como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio
comienzo a su crítica de vuelo.
-Para comenzar -dijo, con un sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al
momento de juntaros...