TURON: La carretera que partía en dos la población, era un...

La carretera que partía en dos la población, era un camino tan maltratado por el intenso tráfico, que se reputaba imposible transitar por el, no siendo en zancos, cuando arreciaba el mal tiempo.
En el verano, los pasos acelerados de los vehículos, levantaban una tremolina de polvo, capaz de asfixiar a un asno.
Mi hospedaje en Villabazal, era una casita reducida, atendida por una anciana muy meticulosa, empeñada en combatir, en lo que cabía, el círculo de podedumbre que rodeaba su casa y las restantes.
El caserón que estaba frente a mi residencia, separado por un camino pestilente por las basuras al mismo arrojadas, contenía unos 25 huéspedes. La parte más numerosa de los mismos no se lavaba más que los domingos, en agua contada y recogida a distancias respetables, y dormían hacinados en camastros de triste promiscuidad.
A los 30 metros, aproximadamente, en un rincón formado triangularmente por el respaldo de dos viviendas sin ventanas, por su parte trasera, estaba la bahorrina donde basculaban todo lo que los retretes tenían que soportar, si los hubiese. Por la noche, era el retrete general y a través del tiempo, iba creciendo, como una plaga de langosta que no se combate.
La descomposición química, allí operada, producía los olores más raros. Olía a fenol, a costra de sudoroso calcanar, a colonia mezclada con aguarras, a todo lo repulsivo y enervante.
Las moscas, en el verano, eran otra plaga insoportable. No se podía comer en paz ni dar reposo a las extremidades superiores para ahuyentarlas. Hoy después de 35 años, más metidos en la civilización y en la higiene actual, siento agitación en los nervios al recordarlo.