Aquí sentau en los bancos de la vieja
estación de
tren del Ferrocarril de Langreo (hoy FEVE), solía venir yo de guajucu a ver salir los
trenes.
Aquellos magníficos e impresionantes trenes de vapor con su gran
chimenea soltando grandes bocanadas de humo, la caldera al rojo vivo y los escapes de vapor silbando a punto de estllar. Salía el Jefe de estación con su gorra de plato, su silbato ferroviario y la
bandera roja enrrollada en el pequeño mástil.
Al aviso de su pitido de órden de salida, le contestaba el maquinista soltando un estruendoso pitido, que hacía retumbar toda la estación. El lento chacachá, iva acelerando la marcha, el viejo tren de madera con sus ventanillas abatibles, con enganches de badana, se abrían y mostraban, de vez en cuando algún curioso viajero. el tren enfilaba la recta de las Tolvas y tras una curva a izquierda y otra a derecha desaparecía, dejando leves rastros de su potente humareda...
Tenía algo de mágico y sensacional aquél tren.