José Ramón Muñiz Álvarez
“DESPUÉS DE LOS RIGORES DEL
VERANO”
Después de los rigores del verano. Después de los rigores del verano, la lluvia del otoño nos refresca, nos llena con la voz de su frescura con un lenguaje extraño, pero bello. Después de los rigores del verano. Después de los rigores del verano, la brisa corre alegre y, a sus anchas, parece como un niño entretenido por esos bosques llenos de colores.
¿Por estos bosques llenos de colores? Por estos bosques llenos de colores, podéis mirar los campos y sus verdes, las hierbas siempre verdes que reflejan la luz del sol, si están humedecidas. Por estos bosques llenos de colores. Por estos bosques llenos de colores, podéis mirar el pardo en los pinceles que dan color a toda la hojarasca, que llenan con su vida la hojarasca.
Y hay vida en la hojarasca del otoño. Hay vida en la hojarasca del octubre, que viene repitiendo las canciones, los versos de un septiembre traicionado por lluvias y por soles moribundos. Hay vida en la hojarasca del otoño. Hay vida en la hojarasca del noviembre que mira las heladas por los prados, que siente la belleza de la helada, si cuaja por el suelo, en los caminos.
Comienza el nuevo curso con tristeza. Comienza el nuevo curso, y su comienzo nos llega con las voces melancólicas de la rutina vil que nos obliga, nos hiere, nos maltrata con su látigo. Comienza el nuevo curso con tristeza. Comienza el nuevo curso y el semáforo contempla la tristeza en las miradas de niños y mayores que caminan no lejos del colegio en el que estudian.
¿También se ven los cambios en los parques? También se ven los cambios en los parques: los parques van cambiando su apariencia, mostrando la arboleda con sus brillos cansados, derrotados por los meses. También se ven los cambios en los parques. También se ven los cambios, y se advierte que lloran esos sauces contemplando las horas de agonía de los árboles.
Y mueren lentamente los castaños. Y duermen lentamente los castaños su sueño, su letargo parturiento, plagado de los frutos que se ofrecen al gusto del otoño que ya avanza. Y mueren lentamente los castaños. Y mueren los castaños y el hayedo que mira las ciudades, que contempla los altos rascacielos desde el monte que llora la tristeza del otoño.
Después de los rigores del verano, la lluvia del otoño nos refresca.
2019 © José Ramón Muñiz Álvarez
“DESPUÉS DE LOS RIGORES DEL
VERANO”
Después de los rigores del verano. Después de los rigores del verano, la lluvia del otoño nos refresca, nos llena con la voz de su frescura con un lenguaje extraño, pero bello. Después de los rigores del verano. Después de los rigores del verano, la brisa corre alegre y, a sus anchas, parece como un niño entretenido por esos bosques llenos de colores.
¿Por estos bosques llenos de colores? Por estos bosques llenos de colores, podéis mirar los campos y sus verdes, las hierbas siempre verdes que reflejan la luz del sol, si están humedecidas. Por estos bosques llenos de colores. Por estos bosques llenos de colores, podéis mirar el pardo en los pinceles que dan color a toda la hojarasca, que llenan con su vida la hojarasca.
Y hay vida en la hojarasca del otoño. Hay vida en la hojarasca del octubre, que viene repitiendo las canciones, los versos de un septiembre traicionado por lluvias y por soles moribundos. Hay vida en la hojarasca del otoño. Hay vida en la hojarasca del noviembre que mira las heladas por los prados, que siente la belleza de la helada, si cuaja por el suelo, en los caminos.
Comienza el nuevo curso con tristeza. Comienza el nuevo curso, y su comienzo nos llega con las voces melancólicas de la rutina vil que nos obliga, nos hiere, nos maltrata con su látigo. Comienza el nuevo curso con tristeza. Comienza el nuevo curso y el semáforo contempla la tristeza en las miradas de niños y mayores que caminan no lejos del colegio en el que estudian.
¿También se ven los cambios en los parques? También se ven los cambios en los parques: los parques van cambiando su apariencia, mostrando la arboleda con sus brillos cansados, derrotados por los meses. También se ven los cambios en los parques. También se ven los cambios, y se advierte que lloran esos sauces contemplando las horas de agonía de los árboles.
Y mueren lentamente los castaños. Y duermen lentamente los castaños su sueño, su letargo parturiento, plagado de los frutos que se ofrecen al gusto del otoño que ya avanza. Y mueren lentamente los castaños. Y mueren los castaños y el hayedo que mira las ciudades, que contempla los altos rascacielos desde el monte que llora la tristeza del otoño.
Después de los rigores del verano, la lluvia del otoño nos refresca.
2019 © José Ramón Muñiz Álvarez