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JIMENA: En hora buena Luis muchos momentos como los que comentas...

NOCHEBUENAS DE ANTAÑO. (Por Luismarín)

Estamos en el 24 de diciembre, esta noche es Nochebuena. Aunque hoy no sea festivo en el pueblo, sólo algún tajo familiar ha salido a la aceituna. Dicen las “malas lenguas” de la localidad, que la culpa de que ahora no se trabaje en esta fecha, ni siquiera medio día, la tienen las mujeres. Tenían un dilema: aceituna o peluquería. Al final parece que ganó la segunda opción.

Son las nueve en punto de la noche. Acabo de cerrar la puerta de “Casa Juana”, la casa de mi madre frente a la baranda de la Carretera Alta. Desde la puerta de Alejandro, por la Calle del Cerrillo (ya sé que ahora no es ese su nombre, pero para mí lo seguirá siento toda la vida) me planto en los Escalones del Potro y por una desangelada Carrera llego a la cancela del zaguán de mi hermana Rafa. Hace ya hace más de 30 años que mi familia, junto a la de mi cuñado Lope, iniciamos la, por entonces, novedosa y recién importada tradición Capitalina de la pantagruélica Cena de Nochebuena.

He sentido la curiosidad de asomarme a la Plaza y me he sentado un momento en el banco de al lado del Pilar. Al igual que en el trayecto de mi casa a la Carrera, no me he cruzado con nadie, la SOLEDÁD más absoluta te llena el alma. La Plaza, está totalmente desierta, solo un pequeño perro despistado disfruta de ella plenamente. Los dos bares ya han cerrado y solo el rumor del chorro de agua que cae por el dorado caño de la Fuente refleja un signo de vida. En la “gramola” del Ayuntamiento, machaconamente, en un retorno sin fin, siguen sonando los mismos Villancicos una y otra vez. Bajo mi punto de vista, el efecto que produce esa música enlatada es totalmente contrario al deseado: además de poner nerviosos a los vecinos (casi todos de mi familia materna de los “Letes”), también les atrona los oídos. La pretensión de transmitir alegría navideña, con la plaza tan sola como la una, te arrastra a un estado de “depresión” que no te lo cura ni una caja entera de Prozac.

No obstante, tengo que reconocer que este “bajonazo” de mi estado de ánimo no es ajeno el hecho doloroso de saber que, cuando me siente en la mesa para la cena, la silla de al lado, ya no la ocupará nunca más mi querida Madre.

¡Pero de repente!, ¡Milagro Navideño!, por la “moviola musical” suena la música y letra de “Los Campanilleros” cantados por la Niña de la Puebla. Al instante, mi mente y mi corazón (al igual que hacen los directores de cine cuando utilizan la técnica del “Flashback”) retroceden a una de aquellas NOCHEBUENAS de mis años infantiles o adolescentes……

Supongamos que hemos retrocedido a cualquier año de la década de los 60. Son, más o menos, las ocho de la noche. Ya hace un buen rato que las cuadrillas de niños y niñas han empezado a pedir el “aguilando”. Por las casas, por las calles, por la Plaza, por la Carrera, a cualquiera que pasaba, le cantaban el conocido pseudo- villancico del “Aguilando Real”: ¡el aguilando real me lo tienes que dar!, ¡me lo tienes que dar el aguilando real!. Esperaban que le diera algo a cambio de su villancico: unos caramelos, unos higos “aovaos” o unos frutos secos. Con un poco de suerte, si el receptor del aguilando era algún familiar (abuelos, tíos, chaches, etc.), la recompensa sería un aceptable número de pesetilllas.

“Pero mira como beben los peces en el río, pero miran como beben por ver a Dios nacer. Beben y beben y beben y vuelven a beber…”.

Por entonces, en el día 24, salvo que hubiera llovido, todo el pueblo iba a la aceituna. Algunos hombres, al regreso del tajo, ya se habían quedado directamente en el bar. Otros, menos ansiosos, junto a las mujeres y los jóvenes, se pasaban por la casa para asearse un poco y sobre todo por quitarse la ropa del campo. No había que “arreglarse” mucho pues la Noche iba a ser de “brega”. Por supuesto, que salvo alguna rara excepción, no había cenas formales de familia, ya se tomaría algo por los bares.

Sobre las nueve de la noche, la Carrera y la Plaza (desde el bar de Manolito hasta la Peña de Abajo) eran una “riada” de pandillas juveniles y de bastantes grupos de personas mayores. Casi todos portaban algún instrumento musical: zambombas, carracas, panderetas, almireces, botellas de aguardiente “esmeriladas”, cencerros, cántaros con alpargata incluida, piedras de lavar de madera y hasta algún que otro “sofisticado” objeto, productor de sonidos, como la jaula del canario con sus pequeños barrotes de alambre sustituyendo a las cuerdas de una lira imaginaria.

¡Ande, ande, ande, la Marimorena, medio ase “El Tigre”, medio ase “Mairena”!.

Cada uno de los grupos entonaba su propio “aguilando”, cuando se cruzaban con otro grupo todos pasaban a cantar el mismo:

“En el portal de Belén, han entrado los ladrones y al pobre de San José, le han robao los calzones”.

“La Virgen estaba lavando, con un poquito jabón, se le picaron las manos, manos de mi corazón”.

“Tiene mi suegra un diente, con el me muerde, no hay picapedrero que se lo quiebre”.

“Cuando Jesucristo vino, vino por Pegalajar, vino pisando la uva y el vino cuando vendrá…”.

“A Belén la llevan, a María Zambuyo, Cuatro cientos bueyes le tiran del culo”.

Junto a estos villancicos y otros muchos más que por razones de espacio no voy a transcribir, nos sabíamos de memoria un amplio repertorio “aguilandero” del que la mayoría tenemos un bonito recuerdo.

Los bares estaban todos “a reventar”: la Peña, Mairena, Periquito, Manolito. Cuando alguna pandilla entraba en alguno de ellos a “repostar” se entonaba este conocido villancico:

“A ésta puerta hemos llegado 400 en cuadrilla, si quieres que nos sentemos saca 400 sillas”.

En las mesas de los bares, sentados con sus mujeres y sus amigos, gran parte de los músicos de la Banda Municipal, habían formado sus propias “charangas”. Por allí estaban desde el Maestro Cayetano, hasta Chicorrete, Pedro Domingo, Ramón Charlót, el Zurdo, Fernando Picio, Martín Tuberías, Juan Antonio Morales, Rodriguillo, etc., etc. Utilizando los instrumentos musicales que tocaban en la Banda, los “aguilandos” interpretados por aquellos artistas ascendían de categoría.

También estaría por allí el “clan de los Nevaos”, con su patriarca Bartolomé al frente. Un silencio absoluto se adueñaba del bar, cuando se ponía a cantar, con aquella voz melosa y aterciopelada, uno de sus temas favoritos:

“A la puerta de un rico avariento, llegó Jesucristo y limosna pidió, pero en vez de darle limosna, los perros que había se los achuchó. Pero quiso Dios, qué al momento, los perros rabiaran y el rico avariento pobre se quedó”.

Toda esto que he contado se repetía una y otra vez a lo largo de la noche. Algunos hacían una pequeña tregua para asistir a la Misa del Gallo (en aquellos años la Iglesia colgaba el cartel de no hay billetes). Sin embargo, a la salida de la Iglesia, la “noria” humana comenzaba otra vez a dar vueltas y el jolgorio y la alegría se adueñaban nuevamente de los Bares, la Plaza y la Carrera.

Y así, de esta singular manera, como años más tarde cantaría Joaquín Sabina, nos daban las doce y la una, y las dos y las tres, aunque el amanecer nunca jamás nos encontró desnudos la luz de la luna.

Si te quedabas hasta primeras horas de la madrugada, en uno de los “trasiegos” de un bar a otro, te encontrarías a Frasco, a José, a Antoñuelo, a la Julia, al “Rata” y a toda la familia gitana. La “gente del bronce” comenzaba a celebrar su Navidad tan particular.

En esas primeras horas de la mañana, ya sólo quedaban aquellos personajes insignes de Jimena, que hacían su vida “acampando” en las barras de los bares. La gente los identificaba como los “borrachines” del pueblo. Sin embargo, para mí, eran los alumnos aventajados de la Escuela de Epicuro, los estudiantes seguidores del insigne catedrático de Valdepeñas A. Pérez Marín, los discípulos del maestro cordobés Machaquito, los doctores “Honoris Causa” por la Universidad inglesa de “Terry Me Va”.

Antes de salir del último Bar, ya para irme a dormir, me llamó uno de estos “meritorios” y me dijo: ¡te voy a cantar unos de los “aguilandos” favoritos de tu padre!,

¡Y se le atrancóoooo, y por señas pedía la bota, Por qué le faltaba la respiración, la respiración. ¡Tan borracho eres tú como yo, que yo como tú, que tu como yo!

Al final, levantando la copa en un brindis, exclamó:
¡TRES DÍAS DE PASCUA, CUESTE LO QUE CUESTE!

Buenas noches y hasta otra,

En hora buena Luis muchos momentos como los que comentas los he vivido tal como lo cuentas y me traen buenos recuerdos dentro de lo que se podía en esos tiempos que nos hicieron vivir.