JIMENA: (CONTINUACIÓN)...

(CONTINUACIÓN)

A la mañana siguiente (después del inevitable desayuno de un buen café con leche y pan tostado con aceite y tomate), inicié mi corto paseo hacia “El Cuarto”. Comenzaba mi búsqueda del lugar donde estuvo la Fuente Clavellina. Ya me había enterado que hacía bastante tiempo que desapareció la fuente. También, el gigantesco nogal cercano que proporcionaba sombra y “frescor” a los múltiples visitantes que por aquellos lejanos años acudían a tan idílico entorno.

El Padre Lope, en sus descripciones del entorno de Jimena, nos ha dejado estos párrafos: “No lejos de la sobre dicha Cascada, en el mismo barranco y al otro lado del arroyo brota la poética Fuente de la Clavellina. Abundante, de cristalinas y juguetonas aguas parece sonreír el espectador que fascinado por la contemplación de tan halagador paisaje, instintivamente se sienta entregándose al dulce arrobamiento del más honesto deleite. Allí se borran sus penas, allí se apacienta la vista; regalase el olfato con el olor de las violetas, y se alegra el oído escuchando el murmullo de las aguas mezclado con las suaves melodías de los ruiseñores que en la espesura del barranco, bajo el amplio dosel de su magnífico ramaje, construyen sus nidos. ¡Ay! si esta fuente hablara, cuantas cosas nos diría, y cuantas sobradamente nos distraería con sus narraciones poéticas, ¡cuántos idilios amorosos, tiernos é inocentes nos contaría. Cuantas penas mitigadas; cuantas alegrías; cuantas horas de felicidad pasadas á su lado!”. (Transcrito tal cual de "Historia de Jimena" del Padre Lope). Conviene no olvidar que una de las múltiples facetas de la literatura se basa en la agradable melancolía del recuerdo.

El itinerario que elegí lo comencé tomando el Camino del Antiguo “Mataero” y del “Lavaero”. Me detuve, una vez pasada la huerta de mi nunca olvidado amigo “Seba Margarito”, justamente donde desagua el barranco que corre bajo la Glorieta del Parque. Allí, según me contaron este verano, es donde arrancan los Altos de la Pontecilla (como se les conocía hace años) y desde esa atalaya se vislumbras las Huertas que también llevan o llevaban ese nombre: Huertas de la Pontecilla. Volví a coger, como tantas veces hice de niño, el “caminillo” que llamábamos del Albercón y que desemboca a la altura del Albercón del Cuarto o de Lendrera. Hoy en día el camino está casi perdido entre las “camás” de los olivos y al final te deja casi enfrente del “atentado” que han hecho con el Viejo Albercón y su agua. A la foto que hizo Miguel A. (ya colgada en en el Foro), me remito. Que cada uno piense lo que quiera.

Enseguida llegue al lugar del camino por donde el agua del Barranco del Cuarto forma un pequeño vado hasta que vuelve a correr otra vez una vez superado el encementado cauce formado en mitad del camino. Justamente ahí, arrancan las dos sendas que conducen a las dos fuentes tan conocidas: El de la izquierda a Fuente Dola y el de la derecha a la desaparecida Fuente Clavellina (en una de las fotos de Miguel A. se ve perfectamente lo que digo).

En primer lugar opté por el corto tramo que, entre higueras y árboles frondosos, nos deja en la misma Fuente Dola (ver la secuencia de fotos). Estuve sentado un poco junto a la misma fuente y aproveché para leer en una vieja Guía de Viaje la siguiente sugerencia: “Cada paisaje tiene una hora mágica que lo favorece. A los ríos tranquilos les sienta bien el alba, la primera claridad que baja a mecerse en su corriente. Al bosque lo embellece el mediodía, cuando la luz se cuela en vertical y tiempla agitada por las hojas. Entre las grandes piedras de la sierra el atardecer tendrá su momento de magia y misterio”. Efectivamente, los rayos verticales del sol que traspasaban los tupidos árboles y arbustos dotaban al paraje de una belleza estremecedora. Llené mi cantimplora con agua fresca (dicen que también mágica) y pasé al otro lado del barranco para presenciar lo que queda del antiguo paraje donde estaba la Fuente Clavellina y el enorme nogal.

No hace falta andar muchos metros por la vereda que arranca por la derecha del camino principal del Cuarto (tal como se ve en la foto), para desembocar en una pequeña explanada. El barranco queda al lado izquierdo del desbrozado claro y parece ser que, justamente, en ese sitio del barranco manaba la Fuente Clavellina. Ahora, hay un tubo grueso de PVC pintado de azul, sirve para subir el agua que llenaba el Albercón de Lendrera al Albercón Grande. El motor utilizado para esta tarea funciona con la energía eléctrica que se obtienen de las placas fotovoltaicas clavadas en el centro del (ya seco) Albercón Viejo.

Viendo la foto de la Fuente Dola nos podemos hacer una idea de cómo sería la Clavellina. El nogal daría sombra a toda la explanada. Por lo que me contaron algunos de mis Catedráticos de Verano, en esa explanada se celebraban toda clase de fiestas y eventos. Desde las típicas juergas de amigos y familias con el imprescindible “borrego colgao” de una rama, hasta etílicos “butifueras” que se celebraban al termino de las penosas labores que conllevaba la “Siega”. El único remedio que me quedaba para imaginarme como sería este bello paraje en sus mejores tiempos era acudir al ensueño. Decía un viejo sabio que si no puedes alcanzar tus sueños, lograrás ya mucho intentando alcanzarlos. Eso es lo que yo había hecho esa mañana, intentar alcanzar el sueño de la Fuente Clavellina y vivir una nueva experiencia. Sobre la experiencia me viene a la cabeza una buena definición de la misma: “La experiencia es aquello que te queda cuando no obtienes lo que deseabas”.

La mañana otoñal era espléndida y me tumbé un rato en el sitio donde pudo estar enclavado el desaparecido nogal. En una de las huertas vecinas alguien estaba quemando algunas ramas secas y las llamas refulgían a lo lejos. Ya tenía a mi lado los cuatro elementos que, según los primeros sabios helenos, son la base del mundo: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Hubo un momento en que se callaron los pajarillos y reinó el silencio. El arquitecto de la Biblioteca de Alejandría mantenía que a los cuatro elementos antes citados había que añadir un quinto elemento esencial e imprescindible, ya lo tenía también: el Silencio.

Ahí terminó mi búsqueda y me fui dejando mis sueños sobre fuentes desaparecidas y sobre otra fuente no menos imprescindible: la fuente de la memoria. De esta fuente surgieron estos versos de Juan Ramón Jiménez que puede que vinieran a cuento:

“Y yo me iré; y estaré solo, en mi hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y placido. Y se quedaron los pájaros cantando”.

Saludos y hasta otra,.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Aquí esta Fuente Dola: hace dos años todavía echaba agua según la foto de Miguel Ángel.