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JIMENA: LOS DOMINGOS POR LA TARDE, PESE AL FÚTBOL, NO OS ABANDONO....

LOS DOMINGOS POR LA TARDE, PESE AL FÚTBOL, NO OS ABANDONO.
JIMENA: FINAL DEL VERANO (Por Luismarín).

Cuando el viernes al anochecer bajé a la Plaza el saludo de mucha gente fue el mismo, ¡Qué!, ¿Ya vienes a recoger el turrón de la Fiesta?. Efectivamente, así lo fue hasta hace seis años. El último año en que pasé aquí los días de jolgorio se remonta a 1988, desde entonces todos los fines de semana posteriores al último día de Fiesta, he vuelto a Jimena, como en aquel viejo anuncio del turrón y la vuelta a casa, aunque en aquel caso era por Navidad. Lo que nunca podré olvidar es que desde ese 1988 hasta el 2007, en esa vuelta a casa, siempre me estaba esperando (al igual que la persona que la preparaba), una bolsa blanca de plástico donde en sus lados figuraba el nombre del turronero instalado en la Plaza: un trozo del blando y otro del duro, dos peras en almíbar, algún recorte de dulce recio y una bolsita de almendras garrapiñadas. En 2008 ya no estaban esas manos que con tanto cariño me preparaban cada año aquellos “dulces” y dobles recuerdos: maternales y festivos.

Este fin de semana de septiembre, como los malos estudiantes, venía a examinarme de dos preguntas que, durante el verano, me habían puesto como prueba los miembros de las dos Universidades de Jimena (hay otras de las que algún día hablaré) en las que recibí clases diarias. Estas son: la Escuela de Verano “Los Pinetes” frente al Menfis Pub y la Academia Nocturna para Adultos ubicada en La Plaza, esta última con pupitres de emplazamiento variable, según que sus banquetas estén colocadas a un lado o a otro de la Línea Ecuatorial que separa el “J&R” de “Los Mazos”. En la primera Institución se imparten clases de la asignatura “Cosas de la Vida”. Están al frente los Catedráticos Eméritos D. Juan Ramón “El Tato” y los hermanos D. Juanito y D. Miguelín “Solas”. Algunas veces acuden como Profesores Ayudantes D. Pedro “Moclín”, D. Pepe “Pabilo” o D. Andrés “Matiné”. También, los hijos de D. Juanito: Jesús y Juan Manuel van a clase esporádicamente. En la segunda Facultad, también de Letras e Historia como la primera, figuran en su Claustro de Profesores Titulares D. Antonio, “El Maestro Albardonero” y D. Diego “El Momia”, profesor de Arqueología como su apodo indica. Como Profesores Ayudantes-Discontinuos suelen ejercer “El Guapo”, Bartolillo “Mortero”, “Sardinilla el Guarda” y algún otro. La materia de este verano ha sido “La Vida y sus Cosas”.

Estas eran las dos preguntas: La primera, descifrar el significado de una antigua expresión que se utilizaba en el campo en determinada época de año. Me la decían todos los días cuando dejaba el Aula abierta y les comentaba que iba a pasear por el “embrozado” Pinar de Chavallanque. ¡Abre el ojo!, exclamaban en voz alta. La segunda, averiguar a qué parajes se refería un viejo dicho que se repetía entre las gentes del pueblo desde finales del Siglo XIX, decía así: Tres cosas tiene Jimena que no tiene ni Madrid, “Los Altos de la Puentecilla”, “Los Cantos” y las “Huertas del Boacín”.

Me preparé a fondo y encontré las dos respuestas. La expresión ¡Abre el ojo!, la hallé en un viejo libro que lleva por título “Del Dicho al Hecho”. La define así: ¡Abre el ojo!,“Expresión con que originalmente se ponía sobre aviso a quienes sembraban o segaban en terrenos poblados de abrojos, unas plantas de tallos largos y rastreros y fruto espinoso muy perjudiciales para las cosechas y muy peligrosas e incómodas, por sus espinas, para las personas. La expresión también se incorporó posteriormente en el lenguaje militar para avisar a las tropas sobre la presencia de abrojos en el terreno por el que se iba a pasar. Pero ahora no eran plantas, sino unas piezas de hierro en forma de estrella, con cuatro cuchillas abiertas en ángulos iguales, de tal forma, que al caer el suelo, siempre queda una de las cuchillas hacia arriba. Estas peligrosas piezas de hierro eran diseminadas por el terreno para dificultar principalmente la caballería. La expresión sirve hoy para avisar que hay que mantenerse bien atento a la situación actual o futura, ya para aprovecharse de alguna cosa beneficiosa o para eludir algo perjudicial y anticipar su efecto. APROBADO, además el Tribunal sólo conocía la primera parte de la definición, la que se empleaba en la siega.

La segunda respuesta, aunque a algunos les parezca mentira, la saqué de la “Historia de Jimena” del Padre Lope (no todas mis lectura son agnósticas o panfletos comunistas, según creen algunos). El dicho se refería a las tres zonas de huertas que por entonces rodeaban la parte baja del pueblo. Los Altos de la Puentecilla es el trozo de camino entre el barranco que viene del Pilar de los Pastores (pasando por debajo de la Glorieta de la Fuente del Parque) y el barranco del paraje conocido como “El Bujero” o barranco de “Guindilla”. Todas las Huertas de la Puentecilla serían las que arrancaban desde “La Salud”, y, pasando por “El Cuarto” llegaban hasta Vila. “Los Cantos” abarcaría la parte central de las huertas, más o menos desde “El Molinillo” hasta“El Barranco de Las Pilillas”. Por último, “Las Huertas de Boacín” (existía un camino del Boacín) serían todas las restantes orientadas hacia el Oeste con “El Huerto de los Curas” como punto principal de referencia. APROBADO y comprobé que alguno de los examinadores no conocían el “Camino del Boacín”.

Una vez hecha esta pequeña introducción voy a centrarme en que el “relato” se corresponda con su título.

En mis años juveniles, el final del verano me lo marcaba la figura de Martín el “Guardalaplaza”. En la madrugada del día 11 de septiembre, sobre las cuatro o las cinco de la madrugada (por entonces era la hora en que se terminaba todo y yo siempre era de los últimos) ya tocaba coger la cama apenas usada durante cuatro días, Martín, con su borriquillo al lado, iba llenando pausadamente los dos “cujones” del serón con toda clase de restos festivos del último día. Recuerdo mi caminar cansino sobre el lecho de confeti y serpentinas y el mirar interrogante hacia ese cielo tan hermoso de septiembre con sus estrellas aún fulgurantes como el rescoldo de una lumbre a la que le faltaba poco para volver a encenderse. A lo largo de la carrera, permanecían los “adornos” que configuraban un falso techo de guirnaldas, banderitas de colores y algunos farolillos de papel. En el “tablao” instalado en el Molino del Pan, donde hacía poco rato la Orquesta había interpretado las últimas melodías solicitadas por los bailarines más incansables, la pianola, la batería y los restantes instrumentos musicales ya estarían enfundados en sus “mortajas” blancas. Los brillantes focos de luz se habrían extinguido y las sillas y mesas estarían apiladas contra el grueso muro de piedra de “El Parador”. Subiendo por los Escalones del Potro hasta la Calle del Cerrillo, me acometía una ligera ráfaga de desolación. Ya se palpaba tras los cristales de balcones y ventanas el aire con el que se barruntan las labores cotidianas del nuevo día, ya no festivo. Las manos volverían a agarrar con fuerza los cabos de madera de las azadas o los ásperos ladrillos de la obra que se quedó a medias debido al paréntesis de la Fiesta. Todavía quedarían algunos higos tardíos y las “galgas” volverían a serpentear entre los copos de los viejos higuerones. Desde la puerta de la Señorita Alfonsa veía como la ligera brisa, que sopla en los amaneceres, removía y estremecía los papelillos acumulados delante del Pilar de las Machorras y “El Bar de Manolito”. Del agua de la “pileta” subía un rumor fresco como el que ahora estaría sonando entre los cañaverales del Barranco de Vila.

Me gustan los días de septiembre que completan la estación veraniega por esa luz dorada que anuncia el otoño, por ese sol del membrillo, todavía cálido, pero no abrasador como el de los días de la trilla. Me gustan los árboles del Parque y del Camino Viejo de Cánava que, al igual que los de la Lonja, pronto empezaran a desnudarse de sus verdes capas de hojas medio caducas. Me gustan esos álamos frondosos de las orillas de la Cascada, los olmos viejos y de tronco encalado de los arcenes de la maltrecha carretera. Me gustan esos jardines de setos recortados y de palmeras morunas escondidos en las envidiadas Caserías de los Señoritos. Me gusta la paz interior que produce el sonido de las hojas secas al estrellarse contra el suelo gracias al soplo del ábrego o del solano. Ese sonido que se unirá al sonsonete eterno que producen los generosos chorros de agua de los Siete Caños y el del pequeño pilar cuya pileta es una centenaria Pila de Bautismo. Algunos de esos árboles tienen grabadas en sus cortezas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que marcan fechas. Olmos del amor que hace unos días tuvisteis vuestras ramas llenos de ruiseñores. Álamos que pronto seréis liras del viento perfumado del otoño; árboles de la felicidad disfrutada junto a ese agua que corre, pasa y hace soñar; álamos de mi juventud, conmigo os vais, mi corazón os llevara siempre muy dentro de mi alma. Cuantas palabras de amor, retazos de poesías de Rubén Darío, Gustavo Adolfo Bécquer o de D. Antonio Machado y sus poemas dedicados a Leonor, su niña-mujer. Quien iba a decirle a más de uno que al cabo de los años descubriría el verso de Pablo Neruda que ahora se acomoda mejor a su desgastada pasión: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca”. (SIGUE)