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JIMENA: Mariano yo también recuerdo los braseros en la lata,...

Cosas de mi Pueblo.
Febrerillo loco.
Aquella mañana no había forma de poder salir de casa, llovía como si no lo habría hecho nunca y en la cuesta de garrido soplaba el aire como un huracán, de vez en cuando se oía alguna teja estallar en la calle o el portazo de alguna puerta, no se veía ni un gato la mayoría de la gente en sus casas a la orilla de la lumbre que ardía como un demonio, dos palos buenos de oliva en cada rincón eran los artífices de aquellas lumbres de invierno.
No iba a ser posible ir a la aceituna, El tiempo no se sabía por la TV o la radio pues no había, pero las persona mayores sabían que no se podría coger ni un grano, ni yendo a los llanos donde siempre que llovía era posible coger algún capacho o saco para no perder el jornal.
A la escuela había que ir todavía ” molino del pan” nombre que seguramente tenia su origen por aquel molino de harina que recuerdo perfectamente pues más de una vez Mi Madre me había mandado por harina o salvao. Aquellas dos escuelas los Maestros eran, Don Jose Navarrete y Don Miguel Torres, había dos clases ahora se diría aulas, algunos muchachos se veían con la latilla de sardinas o atún en escabeche llena de ascuas y una poquilla de carbonilla para calentarse los pies y las piernas debajo del pupitre, no había calefacción, ni estufa ni nada que diera calor, la puerta y las ventanas cerradas eran las únicas protecciones contra aquel frio que pelaba. No había un solo muchacho que no tendría sabañones en las manos las orejas o los dedos de los pies ¡! Madre Mía ¡se ponían hinchaos como botas, es algo que recuerdo muy amargamente pues si además ponías las manos en alguna fuente de calor te picaban como demonios, cuando llegaba la hora de recreo no sabias donde meterte, algunos con dos velas colgando de la nariz seguramente con un resfriao de mil demonios resistíamos a aquellos días de este mes al que llamaban loco.
A la hora de comer íbamos que volábamos cada uno pa su casa, las canales seguían echando ríos de agua y en algún tejao de veían unos cándalos colgando que como te cayeran en la cabeza te la atravesaban, pue a pesar de ello cuando alguno se caia lo cogíamos y chupábamos como si de un polo de los que hacia Andrés el de la gaseosas en el verano.
Llegabas a casa y el olor a potaje de garbanzos con panecillos calentito era una gloria, como la Madre no había podido ir a la aceituna la comida en la fuente de grana seria todo un ritual, la mesa de camilla con el brasero, la lumbre en pleno esplendor y la cazuela del potaje echando humo, un talón de pan para cada uno y unas aceituna rajas, por cierto, las primeras en el único plato de la mesa, cuchara en ristre dábamos cuenta de aquel guiso con gran apetito pocas chucherías te habían quitado las ganas de comer.
Al tarde otra vez para la escuela, ya con la barriguilla llena la cosa cambiaba, aunque para decir verdad la obesidad no era entonces un factor de riesgo, en aquellos niños, comer comíamos creo yo todos unos un poquillo mejor que otros pero salvo alguna excepción puntual la recolección de aceituna era la fuente de ingresos para todo el Pueblo y esto permitía a todo el mundo tener un plato de comida y un talón de pan con aceite.
Y se que algunos muchacho veíamos que llevaban a la escuela una buena onza de chocolate incluso pana con queso pero eran los menos.
Jimena tenía un olor especial, no un color como dice la sevillana de Sevilla, el olor a las fabricas de aceite en el molino del pan nos venía de dos de ellas, las de Don Manuel Alfonso, están no paraban de moler ni de día ni de noche, cerros de aceituna como pequeñas montañas se podían apreciar desde cualquier lugar del pueblo, listas para pasar por aquellos rulos cónicos de piedra que no paraban de dar vueltas para hacer una masa compacta que metida en las prensas hidráulicas de capachos de esparto separaban el hueso y la piel, para que su zumo oro liquido fuera a los pozuelos de baldosines done iría adquiriendo ese sabor tan característico de nuestro aceite.
Muchos de nosotros bien porque algún familiar trabajaba con el Amo o en la Fabrica, nos permitía a la salida de la escuela ir al arrecife para que te calentaran en la estufa de plastas de orujo un poquillo el talón de pan y te lo mojaran bien mojao en el aceite recién molió un sabor amargo pero muy rico y el correspondiente lamparón en la camisa o jersey darían fe de ese momento, posiblemente también l artífice de algún tortazo una vez llegado a casa por no haber tenido cuidao.
Ya la noche se echaba y había que recogerse pronto, además en cuanto anochecía no se veía un alma en la calle y tampoco era normal que lloviera muchos días seguidos, por lo que antes de que bajara el Padre de ligar la Madre previo meter una bolsa de goma con aguan caliente en la cama, nos había dado algo de cenar, quizá unas sopas de morrococo, encebollao o a lo mejor un peazo de tocinillo asao en la lumbre y al la cama, que al día siguiente se volvía a la normalidad y había que levantarse pronto.
Bueno paisanos aprovecho que hoy el Dia en las Pamplonas me recurda aquellos días de nuestro pueblo para mandaros un saludo al espera de haber podido llevaros algun recuerdo de aquellos días en nuestro pueblo.
M. Nieto de M. Rasca.
6/02/2013
P. D. Como podéis ver trato de escribir algunas palabras en el lenguaje de aquella época a pesar de ser una falta de ortografía por lo que pido disculpas.

Mariano yo también recuerdo los braseros en la lata, y los SABAÑONES, mi madre por las noches, en la cama, antes de dormir, nos daba unas friegas con un ungüento, creo que era glicerina, y parece ser que el dolor se hacía más llevadero.
Que tiempos hemos vivido! yo creo, que por eso precisamente, hemos salido tan duros.

Un saludo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
me he confundido, las friegas, nos las daba mi madre en las rodillas, que del frío que hacia se nos agrietaban.