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JIMENA: ¡M´ha gustao muuuuucho!, ¡m´ha dejao muuuu buen sabor...

UNA VELADA FLAMENCA (A LA QUE POR CIERTO, YO NO ASISTÍ).

Como tantas otras veces, el Talgo Madrid-Almería, llegó con casi una hora de retraso a la estación de Jódar. Sin embargo, para no variar, nunca me falla, me estaba esperando mi Taxista de siempre: “Pepito el del Seco”. Relacionándolo con el acontecimiento al que iba a acudir, pensé, que no sería un mal nombre artístico para un posible “cantaor autóctono” de Jimena. El trayecto, mil veces ya recorrido, se hace corto y a la vez rutinario, en quince minutos estaba en la “baranda” frente a mi casa.

Con el tiempo “cogido”, sólo pude, rápidamente, dejar la bolsa de viaje sin deshacer, asearme un poco y abrir algún balcón o ventana para que se airee un poco la casa después de quince días de cierre total. Como siempre me ocurre (desde hace ya algunos años), el trayecto desde mi casa a la casa de mi hermana en la Carrera (siempre mi primera parada), me produce una profunda tristeza, sobre todo cuando ya ha caído la noche. No te encuentras con un “alma” y la “desazón” se apodera del cuerpo a la vista de tantas casas cerradas que antaño estuvieron llenas de vida y calor humano.

Después de un intercambio de saludos y "acaeceres" con mi hermana y familia, me dispongo a empezar mi “ritual particular” de las noches en que se va a celebrar una actuación Flamenca.

Mi primera parada es en la esquina de la calle Fuente con el portal del Ayuntamiento. Allí puedes leer todos los “bandos” municipales y carteles informativos que de alguna manera u otra afectan al pueblo. Encuentro lo que iba buscando. El cartel del XVIII Itinerario Flamenco de “A la Verde Oliva” este año dedicado a homenajear a Rafael Romero en el centenario de su nacimiento, era natural de Andújar y más conocido por “EL Gallina”. La actuación estará a cargo del cantaor “Robito Hijo” y lo acompañará a la guitarra Antonio Cáceres. Se celebrará, como siempre, en el local de la Peña Flamenca “El Lanchar” ubicado en el interior del Castillo.

Antes de dirigirme al local de la Peña, me gusta echar una ojeada por los bares de la Plaza. Primero, para entonarme el cuerpo después del pesado viaje, con un “caballito” y una Cruzcampo, en cualquiera de los tres bares de la plaza y segundo, para ver si puedo “arrastrar” a algún posible espectador de más, pues como casi siempre la presencia de aficionados será reducida.

Previamente a la entrada en la Peña Flamenca, una de mis costumbres es situarme en la esquina de la Torre del Castillo y esperar el coche o los coches con los artistas. En algunos casos, la identificación es fácil, y aunque los “cantaores” no son de postín, alguno (como a los toreros) les gusta utilizar el clásico y "ascético" Mercedes en versión viejo modelo y color negro. Además, al verlos pasar se puede observar a los que respetan la indumentaria más común en los flamencos: traje oscuro y una “impoluta” camisa blanca con el botón del cuello desabrochado (el sobrero, ya pocos lo usan).

Sin más, me encamino a la entrada del Castillo. Siempre me gusta curiosear por las habitaciones que están restaurando (ya hay algunas) y de paso saludar al guitarrista, en el caso de que sea el de siempre: Juanito Ballesteros. En una de las habitaciones, el cantaor y el guitarrista tratan de compenetrarse pues no han actuado nunca juntos (suele ocurrir en este tipo de eventos).

Son ya más de las diez de la noche. Como me esperaba, hay una mesa ocupada por los familiares y acompañantes de los “artistas”, otras dos o tres con los socios de la Peña y otros aficionados y en la barra, los "de siempre" (aunque en esta ocasión todos echamos de menos a Pepe "Parranchan", al que le deseamos una pronta recuperación). Cuento por encima y no llegamos a las treinta personas.

Tengo la suerte de encontrar un sitio en la mesa de “La Gitana”, su hija, sus sobrinas y familia. Me “pertrecho” con una botella de fino (he tenido suerte y he conseguido que sea “La Ina”) y un plato “colmado” de jamón y queso. Ya estoy preparado para empezar la función.

Como se acostumbra en este tipo de festivales, el cantaor comienza por los palos "facilones" y que no exigen mucho esfuerzo, es decir, tanguillos, alegrías, bulerías, etc. Una vez entrado en calor, se arranca por Malagueñas, una Soleá, una Ganaina, una Serrana y la imprescindible “La Petenera se ha muerto ya la llevan a enterrar”. Alguien le pide una Taranta, lo complace y como final de fiesta recurre a los siempre (bien socorridos para estos casos) inevitables Fandangos. Esta vez, no son de Huelva, son de Alosno. A todos nos viene a la memoria la figura de “El Cabrero”, con su testa “ensombrerada”, imaginándose ser el Clint Easwood de “El bueno, el feo y el malo”. También, en el último fandango, el cantaor, recurre al viejo truco de cambiar la letra original del fandango por otra con alusiones al pueblo donde se encuentra, en este caso, utiliza el agua de Cánava, las brevas de Jimena y la fama de la hermosura de sus mujeres. Con fuertes aplausos la velada ha finalizado.

A continuación, la inevitable visita al “ambigú”, en donde alrededor de la barra, de pié, como tiene que ser en estos casos, se montan las inevitables y animadas tertulias. Allí, una vez acompañados por bebidas algo más “espirituosas” (lease cuba-libres, gin-tonic o whiskies), se hablará de todo lo humano y lo divino, de las cosas del pueblo y de más allá. Támpoco faltaran los inevitables “cortes de trajes” para algunos.

Finalmente, para cerrar la crónica del evento, cualquier periodista que se precie, utilizaría la famosa frase, en tantas ocasiones escuchado o leída: ¡LA VELADA, TODO UN ÉXITO, TERMINÓ A ALTAS HORAS DE LA MADRUGADA!.

Saludos,

¡M´ha gustao muuuuucho!, ¡m´ha dejao muuuu buen sabor de boca!.

Saludos.