Nota de los autores sobre esta nueva edición (octubre de
2008):
Esta reedición digital de Dejar de pensar (Akal, 1986), ha sido iniciativa de
Miguel León Pérez, quien se ha encargado de digitalizarlo y de ponerse en contacto con
nosotros, animándonos a colgarlo en la red. Nos hemos decidido a hacerlo más que nada
porque, aunque el texto está redactado en un tono irónico bastante cargante y dice
alguna que otra tontería, se trata -según hemos podido comprobar al releerlo 22 años
después- de un buen recordatorio de lo que fue el estreno de la democracia en España y,
sobre todo, de la inconmensurable traición del PSOE a la clase obrera y a la población
en general que lo había votado.
Eran tiempos con una altísima tasa de paro, acrecentada por una salvaje
reconversión industrial que el PSOE gestionó con una chulería y una bellaquería sin
límites. Tiempos también en los que la producción española comenzaba a ajustarse a las
normas europeas, en los que la sobreproducción agrícola y ganadera se había convertido
en un problema que amenazaba a todos los pequeños productores. Mientras tanto, la
traición sindical de CCOO y de UGT se consolidaba: la clase obrera española estaba a
punto de perder en unas pocas horas de negociación, conquistas que habían costado
décadas de esfuerzos y de sangre. La amenaza de un golpe de Estado militar todavía
estaba presente. Pero aún resultaba más patente el golpe de Estado permanente que la
Banca y la CEOE estaban perpetrando constantemente contra la democracia. La cosa no
tenía remedio: la población tenía que “apretarse el cinturón” (como solía decir Felipe
González) o atenerse a las consecuencias. El chantaje capitalista contra la democracia
comenzaba a estar muy claro: las empresas tenían la sartén por el mango. Si a las
empresas les iba mal, a los trabajadores les iría peor. Por tanto, si los trabajadores
querían defender sus propios intereses, debían “apretarse el cinturón” y defender los
intereses de la patronal. Y así era, en efecto. Y así sería, al menos, mientras el PSOE, el
PCE, CCOO y UGT no dejaran de traicionar a la clase obrera (cosa que ya nunca
dejaron de hacer).
En tales condiciones, no había más opción que la de un anticapitalismo radical
(que exigía una reivindicación del marxismo que en esos momentos iba bastante a
contracorriente) o la de una resignación postmoderna, escéptica y nihilista. Toda una
legión de intelectuales que habían sido de izquierdas hasta “antes de ayer”, adoptaron
entonces la vía de la postmodernidad. Y eso fue ya la gota que rebasó el vaso: todas las
majaderías que hubo entonces que escuchar. Esto es lo que explica el recurso retórico
un poco irritante que da lugar a Dejar de pensar. Es como si dijéramos: ¡no, basta de
bobadas! Para dejar de ser de izquierdas no hace falta andar con grandes proclamas
sobre el fin de la modernidad. Basta con comprender que entre el capitalismo y el
anticapitalismo no hay terceras vías. O seguimos siendo anticapitalistas, o el PSOE
tiene razón y lo mejor que puede hacer la clase obrera en su favor es “apretarse el
cinturón”. Estamos en una situación en la que la mayor parte de los problemas humanos
coinciden con las soluciones de la economía privada. Y cada vez que los seres humanos
encuentran una solución, resulta ser un problema para la economía. La economía
capitalista respira ya de una manera demasiado aparatosa, demasiado complicada y
problemática, como para que los seres humanos vengan encima a traerle más
problemas, importunándola con distorsiones y externalidades. Así pues, si ya no se trata
de “cambiar de base” el sistema, es mejor reconocer la verdad de una vez por todas: el
PSOE hace muy bien en defender a los obreros defendiendo a la patronal, pues es ella la
que tiene la sartén por el mango. Esto no era el advenimiento de una nueva era
postmoderna, era sencillamente la lógica misma del sistema capitalista, de un sistema
que, de pronto, ya nadie parecía dispuesto a combatir. Así pues, los mentirosos y
traidores chorizos del PSOE resultaban dar en la diana de lo que estaba pasando mejor
que los intelectuales de la postmodernidad. El paro, la producción de armamento, las
bases de la OTAN, la obsolescencia programada, el consumo suicida, la publicidad más
indigna, la guerra misma, incluso el hambre del Tercer Mundo, resultan funcionales a
un mercado que siempre sabe lo que quiere mejor que sus habitantes y que sus gestores.
Mejor que seguir lamentando tanta mala suerte, resulta reconocer a las claras la
racionalidad de tanta desgracia. Se trata de una racionalidad interna a un sistema, el
sistema capitalista, que, precisamente por eso, resulta en sí mismo tan irracional que su
irracionalidad clama al cielo. Pero los años ochenta eran tiempos muy malos para la
política; había habido demasiada traición y demasiadas derrotas (y fuera de Europa,
crímenes infinitos y masivos que habían acabado con casi todas las esperanzas
anticapitalistas). En esos años había muy pocos que pensaran que “otro mundo es
posible”. Casi todos preferían pensar que otro mundo había llegado ya: la
postmodernidad. En verdad, se trataba tan solo de una estrategia yupi y pedante de los
intelectuales para seguir los pasos de los políticos socialistas y reclamar, ellos también,
una parte de las ganancias.
Fue una época indigna para la filosofía y el pensamiento político. Por supuesto
que hubo muchos intelectuales que conservaron la decencia. Muchos conservaron
incluso su inteligencia intacta. Pero a ellos fue, precisamente, a los que se dejó de oír.
En los años ochenta hubo un verdadero golpe de Estado entre los intelectuales que dejó
a muchos enterrados y a otros recibiendo premios y comiendo canapés. De hecho, es
muy probable que, si no hubiera sido por Internet, la izquierda anticapitalista se habría
muerto de pena mucho antes de llegar al siglo XXI. Los medios alternativos no son gran
cosa, desde luego, para combatir el macizo ideológico blindado por los medios de
comunicación masivos, la prensa privada y la televisión. Pero, han servido, por lo
menos, de respiración asistida para una izquierda que, a finales de los ochenta, se moría
de asfixia. En esos años casi lo único interesante que se escuchaba eran las canciones de
la Polla Records1 y la voz del Camarón de la Isla. Las primeras, explicaban lo que la
postmodernidad ya no comprendía. La otra, devolvía la seriedad a un mundo terrible
sobre el que la postmodernidad no cesaba de frivolizar.
Carlos Fernández Liria.
Santiago Alba Rico.
2008):
Esta reedición digital de Dejar de pensar (Akal, 1986), ha sido iniciativa de
Miguel León Pérez, quien se ha encargado de digitalizarlo y de ponerse en contacto con
nosotros, animándonos a colgarlo en la red. Nos hemos decidido a hacerlo más que nada
porque, aunque el texto está redactado en un tono irónico bastante cargante y dice
alguna que otra tontería, se trata -según hemos podido comprobar al releerlo 22 años
después- de un buen recordatorio de lo que fue el estreno de la democracia en España y,
sobre todo, de la inconmensurable traición del PSOE a la clase obrera y a la población
en general que lo había votado.
Eran tiempos con una altísima tasa de paro, acrecentada por una salvaje
reconversión industrial que el PSOE gestionó con una chulería y una bellaquería sin
límites. Tiempos también en los que la producción española comenzaba a ajustarse a las
normas europeas, en los que la sobreproducción agrícola y ganadera se había convertido
en un problema que amenazaba a todos los pequeños productores. Mientras tanto, la
traición sindical de CCOO y de UGT se consolidaba: la clase obrera española estaba a
punto de perder en unas pocas horas de negociación, conquistas que habían costado
décadas de esfuerzos y de sangre. La amenaza de un golpe de Estado militar todavía
estaba presente. Pero aún resultaba más patente el golpe de Estado permanente que la
Banca y la CEOE estaban perpetrando constantemente contra la democracia. La cosa no
tenía remedio: la población tenía que “apretarse el cinturón” (como solía decir Felipe
González) o atenerse a las consecuencias. El chantaje capitalista contra la democracia
comenzaba a estar muy claro: las empresas tenían la sartén por el mango. Si a las
empresas les iba mal, a los trabajadores les iría peor. Por tanto, si los trabajadores
querían defender sus propios intereses, debían “apretarse el cinturón” y defender los
intereses de la patronal. Y así era, en efecto. Y así sería, al menos, mientras el PSOE, el
PCE, CCOO y UGT no dejaran de traicionar a la clase obrera (cosa que ya nunca
dejaron de hacer).
En tales condiciones, no había más opción que la de un anticapitalismo radical
(que exigía una reivindicación del marxismo que en esos momentos iba bastante a
contracorriente) o la de una resignación postmoderna, escéptica y nihilista. Toda una
legión de intelectuales que habían sido de izquierdas hasta “antes de ayer”, adoptaron
entonces la vía de la postmodernidad. Y eso fue ya la gota que rebasó el vaso: todas las
majaderías que hubo entonces que escuchar. Esto es lo que explica el recurso retórico
un poco irritante que da lugar a Dejar de pensar. Es como si dijéramos: ¡no, basta de
bobadas! Para dejar de ser de izquierdas no hace falta andar con grandes proclamas
sobre el fin de la modernidad. Basta con comprender que entre el capitalismo y el
anticapitalismo no hay terceras vías. O seguimos siendo anticapitalistas, o el PSOE
tiene razón y lo mejor que puede hacer la clase obrera en su favor es “apretarse el
cinturón”. Estamos en una situación en la que la mayor parte de los problemas humanos
coinciden con las soluciones de la economía privada. Y cada vez que los seres humanos
encuentran una solución, resulta ser un problema para la economía. La economía
capitalista respira ya de una manera demasiado aparatosa, demasiado complicada y
problemática, como para que los seres humanos vengan encima a traerle más
problemas, importunándola con distorsiones y externalidades. Así pues, si ya no se trata
de “cambiar de base” el sistema, es mejor reconocer la verdad de una vez por todas: el
PSOE hace muy bien en defender a los obreros defendiendo a la patronal, pues es ella la
que tiene la sartén por el mango. Esto no era el advenimiento de una nueva era
postmoderna, era sencillamente la lógica misma del sistema capitalista, de un sistema
que, de pronto, ya nadie parecía dispuesto a combatir. Así pues, los mentirosos y
traidores chorizos del PSOE resultaban dar en la diana de lo que estaba pasando mejor
que los intelectuales de la postmodernidad. El paro, la producción de armamento, las
bases de la OTAN, la obsolescencia programada, el consumo suicida, la publicidad más
indigna, la guerra misma, incluso el hambre del Tercer Mundo, resultan funcionales a
un mercado que siempre sabe lo que quiere mejor que sus habitantes y que sus gestores.
Mejor que seguir lamentando tanta mala suerte, resulta reconocer a las claras la
racionalidad de tanta desgracia. Se trata de una racionalidad interna a un sistema, el
sistema capitalista, que, precisamente por eso, resulta en sí mismo tan irracional que su
irracionalidad clama al cielo. Pero los años ochenta eran tiempos muy malos para la
política; había habido demasiada traición y demasiadas derrotas (y fuera de Europa,
crímenes infinitos y masivos que habían acabado con casi todas las esperanzas
anticapitalistas). En esos años había muy pocos que pensaran que “otro mundo es
posible”. Casi todos preferían pensar que otro mundo había llegado ya: la
postmodernidad. En verdad, se trataba tan solo de una estrategia yupi y pedante de los
intelectuales para seguir los pasos de los políticos socialistas y reclamar, ellos también,
una parte de las ganancias.
Fue una época indigna para la filosofía y el pensamiento político. Por supuesto
que hubo muchos intelectuales que conservaron la decencia. Muchos conservaron
incluso su inteligencia intacta. Pero a ellos fue, precisamente, a los que se dejó de oír.
En los años ochenta hubo un verdadero golpe de Estado entre los intelectuales que dejó
a muchos enterrados y a otros recibiendo premios y comiendo canapés. De hecho, es
muy probable que, si no hubiera sido por Internet, la izquierda anticapitalista se habría
muerto de pena mucho antes de llegar al siglo XXI. Los medios alternativos no son gran
cosa, desde luego, para combatir el macizo ideológico blindado por los medios de
comunicación masivos, la prensa privada y la televisión. Pero, han servido, por lo
menos, de respiración asistida para una izquierda que, a finales de los ochenta, se moría
de asfixia. En esos años casi lo único interesante que se escuchaba eran las canciones de
la Polla Records1 y la voz del Camarón de la Isla. Las primeras, explicaban lo que la
postmodernidad ya no comprendía. La otra, devolvía la seriedad a un mundo terrible
sobre el que la postmodernidad no cesaba de frivolizar.
Carlos Fernández Liria.
Santiago Alba Rico.