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Los libros no se han hecho para servir de adorno: sin embargo, nada hay que embellezca tanto como ellos en el interior del hogar.
Buenas noches Antonia. que descanses. un abrazo.
EL HOMBRE QUE VENDÍA ESPEJOS ROTOS

En una calle de adoquines sueltos en el barrio Palermo de Buenos Aires, justo al lado de un viejo kiosco cerrado, había un puesto pequeño cubierto con una lona gris. No vendía fruta, ni libros usados, ni artesanías. Vendía espejos. Pero no nuevos, ni brillantes. Espejos rotos.
El dueño se llamaba Fermín. Tenía la barba desordenada, los ojos tristes y una voz tan suave que parecía siempre pedir permiso al hablar. Nadie sabía muy bien su historia, pero corría ... (ver texto completo)
A veces donde menos buscamos es donde más encontramos y de quien menos esperamos es de quien más recibimos.
Los que se desaniman ante un fracaso es porque ya tienen todo lo que pueden.
No existe el fracaso, salvo cuando dejamos de esforzarnos.
El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.
Antonia buenas noches y dulces sueños. un abrazo.
EL ZAPATERO QUE ESCUCHABA LOS PASOS

En un barrio antiguo de Valparaíso, donde las calles suben y bajan como si respiraran, existía un local diminuto, escondido entre una lavandería y una tienda de empanadas. El cartel, oxidado y torcido, decía: “Don Silvio — Reparación de Calzado”. Pero en el barrio todos lo conocían como “el zapatero que escuchaba”.
Don Silvio tenía 71 años, una barba blanca como espuma de mar y una manera de mirar que parecía atravesar el cuero de los zapatos hasta llegar a ... (ver texto completo)
El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde
Pierde una hora por la mañana y la estarás buscando todo el día.
Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de nuestro tiempo.
El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.
Antonia, es hora de ir al mundo de los sueños que descanses, buenas noches. un abrazo.
LA MUJER QUE CALCULÓ EL UNIVERSO

Virginia, 1962.

En una oficina del Centro de Investigación Langley de la NASA, una mujer afroamericana resolvía a mano ecuaciones tan complejas que pocos podían seguirle el ritmo. No tenía computadora. No tenía reconocimiento. Pero tenía una mente tan precisa como un satélite.
Su nombre era Katherine Johnson.
Desde pequeña, Katherine amaba los números. A los 10 años ya estaba en secundaria. A los 18, se graduó con honores en matemáticas. Pero en un país segregado por el racismo y el machismo, sus oportunidades eran mínimas.
En los años 50, consiguió trabajo como “computadora humana” en la NASA (entonces NACA). Era parte de un equipo de mujeres negras relegadas a una oficina aparte, sin derecho a usar los mismos baños ni comedores que sus colegas blancos.
Pero Katherine no quería solo estar. Quería hacer historia.
Cuando Estados Unidos comenzó la carrera espacial, necesitaban calcular trayectorias orbitales con una precisión milimétrica. ¿La misión? Llevar al astronauta John Glenn al espacio… y traerlo de vuelta vivo.
Las máquinas IBM recién instaladas generaban desconfianza. Y Glenn dijo una frase que pasaría a la historia:
“Díganle a la chica que verifique los números.”
La chica… era Katherine.
Durante horas revisó todos los cálculos a mano. Su mente trazó la ruta que llevaría al primer estadounidense a orbitar la Tierra. Y lo logró.
Gracias a ella, John Glenn fue y volvió.
Gracias a ella, más tarde el Apolo 11 llegó a la Luna.
Durante décadas, su nombre fue ignorado. Pero nunca se quejó.
—Yo solo hacía mi trabajo —decía—. El espacio necesitaba matemáticas… y yo sabía contar.
En 2015, a los 97 años, fue condecorada con la Medalla Presidencial de la Libertad por Barack Obama. En 2016, su historia fue contada al mundo en la película Hidden Figures.
Murió en 2020, a los 101 años. Pero dejó algo más que números.
Dejó la prueba de que, incluso en la sombra, hay quienes sostienen el universo entero.
Frase final:
Mientras todos miraban a las estrellas… ella calculaba el camino desde el silenci ... (ver texto completo)