PEDRO MARTINEZ: Erase una vez un grano de arena que despertó en medio...

Erase una vez un grano de arena que despertó en medio del océano sin recordar ni qué era ni de dónde venía. Una ola, o una corriente marina, lo habían arrancado del lugar de de donde provenía.
El grano de arena se sentía solo y triste, pues sólo veía agua por todas partes y, aunque no podía verse a sí mismo, sentía que era diferente de aquel vasto entorno que lo rodeaba.
El agua, en ocasiones, se reía de él, y el resto de peces y criaturas marinas se mofaban de su presencia por ser diferente y por estar totalmente desubicado de su lugar natural.
Influenciado por aquel entorno hostil, el grano de arena dejó de quererse y amarse a sí mismo. Dejó de aceptarse tal como era, y empezó a esforzarse por parecerse a aquel entorno acuático para poder ser uno más.
Primero, intentó cambiar su forma física y su color, pues el blanco de su piel nada tenía que ver con el azul transparente del agua. Más adelante, cambió incluso su forma de actuar, pues tuvo que aprender a flotar a pesar de que la gravedad lo empujaba siempre hacia el fondo. Sin embargo, aquella tarea de ir en contra de su naturaleza lo agotaba y le hacía sentir sumamente infeliz
Un día, el diminuto grano de arena, tras años de peregrinación por el vasto océano, llegó a una playa de arena blanca.
En ese preciso instante, supo que había vuelto a casa, y sintió que todo aquel viaje había tenido un sentido. Por fin, había vuelto a su hogar, y se encontraba rodeado de otros granos de arena, como él, que lo comprendían, lo apoyaban y que, incluso, compartían sus mismas aficiones.
Entonces, comprendió algunas de las lecciones más importantes de la vida.
Por un lado, lamentó todo el daño que se hizo cuando, durante su travesía, renegó de sus raíces y de su propia esencia, intentando cambiar para sentirse aceptado por los demás en un entorno ajeno a sí mismo.
Por otro lado, desde ese día, se juró que, aunque volviera a encontrarse sólo en un ambiente hostil y sin otra referencia que la suya propia, nunca más se olvidaría de quién era. Seguiría con la cabeza alta y se mostraría siempre orgulloso de sus raíces, de su apariencia y de su forma de ser.