PEDRO MARTINEZ: Pedro Martínez...

Pedro Martínez
Cuando se recorren las estaciones de tren se vuelve al pasado. En la de Pedro Martínez tan solo el rótulo de Adif luce más o menos presentable. El que da nombre a la estación, Pedro Martínez, está triste. Ha perdido hasta su tilde. Sin embargo, la estación de tren guarda toda su belleza, su idea de progreso y modernidad. Los árboles son frondosos y verdean. Tiene tres vías férreas rotundas y dos andenes, signo de mejores tiempos que ya quedaron atrás. También sorprende que la estación está a cinco kilómetros del núcleo poblacional, unido a él por un cordón umbilical con agujeros y un asfalto que hace muchos kilómetros dejó de estar convenientemente firme. Un labriego desinfecta sus cultivos. Cuando paramos a preguntarle por el lugar de la estación responde que no tiene pérdida. «Sigan hasta que crucen la vía». Exacto.
Queda algo más de vida en esta estación perdida. Las señales de tráfico, nuevas, indican que hay un paso a nivel con barrera. En ambos extremos de la estación de tren de Pedro Martínez, sendos semáforos están en rojo, como el Ojo de Sauron que todo lo vigila. Son un epitafio de colores para una estación ajada, triste y solitaria. Alberto Sánchez López recorrió durante años las estaciones de tren de la provincia para su libro. Recuerda momentos impagables. «Me sorprendió Huélago. Me contaban los mayores que no tenían reloj y que sabían qué hora era cuando pasaban los trenes». Más allá de la anécdota, cree que el tren genera riqueza. Entonces, reflexiona. « ¿Por qué no se le da uso a estas estaciones? Si se quiere regenerar la España vaciada, es una buena oportunidad».
Alamedilla-Guadahortuna
Alamedilla-Guadahortuna podría ser camino a ninguna parte. Pero hay signos de vida en esta estación de tren. Además de los semáforos en rojo, sorprenden las rayas amarillas pintadas del aparcamiento de vehículos, con plaza señalizada y reservada para minusválidos. Es como si la civilización no quisiera dejar de marcharse. Hay grasa fresca, negra y pringosa en los guardagujas, señal inequívoca de actividad cotidiana. Dos bombas de agua (sifones) flanquean cada extremo de la estación. Agua para la sed de la máquina. La estación de tren, en la línea Linares-Almería, sigue viendo pasar el tren.
Y sigue luciendo su puente del Hacho, de la escuela Eiffel, ingeniero francés con torre famosa en París. La pista la da el claveteado con el que une los paños de hierro para conformar el viaducto que cruza el vado. A su lado, un viaducto de cementorro le hace sombra y da servicio actualmente al ferrocarril. Muere la magia en el altar del futuro. Junto al puente oxidado quedan las líneas férreas que le daban servicio, hundidas entre la maleza que las va cubriendo, el tiempo pasa y llega el olvido.