DIOSA DEL UNIVERSO... de Antonio Escudero..
Era libre como el viento;
Como las olas del mar.
Como gorrión morisco.
Como paloma torcal.
Nunca supo de ataduras;
Ni quiso de compromiso.
Era libre por los cielos;
Los que cruzó como quiso.
Se paró donde quería.
Andaba sin tener dueño.
Visitó pueblos y plazas;
En los que tenía sus sueños.
Jamás quiso compañeros;
Que duraran más de un día.
Tampoco quería escuchar;
Y menos, entrar en porfía.
Paseaba su silueta;
Igual que un pavo real.
Esbelta como una torre;
Como sirena del mar.
Con sus ojos deslumbraba.
Con su sonrisa asistía.
Con su cara conquistaba.
Con su cuerpo derretía.
Siempre se creyó la Estrella;
Superiora del convento.
La Señora de un palacio.
La Diosa del firmamento.
Proseguía su camino;
Sin mirar nunca hacia atrás.
Pues le importaba muy poco;
El decir de los demás.
No escuchó nunca consejos;
De amigos o de familiares.
Siempre se valía sola;
Para esquivar vendavales.
Fueron pasando los años;
Y su Estrella se eclipsó.
La Dama de aquel palacio;
Poco a poco, se apagó.
Ya no pasea las calles;
Con sus ojos deslumbrantes.
Ni esboza una sonrisita.
Ni conquista con su arte.
Deambula de un sitio a otro;
Sin encontrar solución.
Los recuerdos del pasado;
Le rompen su corazón.
Creyendo todo perdido;
Alguien le tendió sus manos.
En un centro de mayores;
La acogieron como hermanos.
No le importaba contar;
Los errores de su vida.
Cuando van pasando años;
Y está cerca la partida.
Se apuntó a curso de bailes;
De poesías, de sevillanas.
Y, hasta se metió en teatro;
Ensayando de mañana.
Se apuntaba a los viajes;
Donde era la alegría.
En los salones de hoteles;
Se arrancaba en bulerías.
Aconsejaba a chavalas;
Con salero y simpatía.
No olvidar nunca quien sois;
Que lo vida son tres días.
Aunque digan lo contrario;
Tu historia puede cambiar.
Como cambian las arrugas;
De una ropa bien plancha.
A. E. I.
Era libre como el viento;
Como las olas del mar.
Como gorrión morisco.
Como paloma torcal.
Nunca supo de ataduras;
Ni quiso de compromiso.
Era libre por los cielos;
Los que cruzó como quiso.
Se paró donde quería.
Andaba sin tener dueño.
Visitó pueblos y plazas;
En los que tenía sus sueños.
Jamás quiso compañeros;
Que duraran más de un día.
Tampoco quería escuchar;
Y menos, entrar en porfía.
Paseaba su silueta;
Igual que un pavo real.
Esbelta como una torre;
Como sirena del mar.
Con sus ojos deslumbraba.
Con su sonrisa asistía.
Con su cara conquistaba.
Con su cuerpo derretía.
Siempre se creyó la Estrella;
Superiora del convento.
La Señora de un palacio.
La Diosa del firmamento.
Proseguía su camino;
Sin mirar nunca hacia atrás.
Pues le importaba muy poco;
El decir de los demás.
No escuchó nunca consejos;
De amigos o de familiares.
Siempre se valía sola;
Para esquivar vendavales.
Fueron pasando los años;
Y su Estrella se eclipsó.
La Dama de aquel palacio;
Poco a poco, se apagó.
Ya no pasea las calles;
Con sus ojos deslumbrantes.
Ni esboza una sonrisita.
Ni conquista con su arte.
Deambula de un sitio a otro;
Sin encontrar solución.
Los recuerdos del pasado;
Le rompen su corazón.
Creyendo todo perdido;
Alguien le tendió sus manos.
En un centro de mayores;
La acogieron como hermanos.
No le importaba contar;
Los errores de su vida.
Cuando van pasando años;
Y está cerca la partida.
Se apuntó a curso de bailes;
De poesías, de sevillanas.
Y, hasta se metió en teatro;
Ensayando de mañana.
Se apuntaba a los viajes;
Donde era la alegría.
En los salones de hoteles;
Se arrancaba en bulerías.
Aconsejaba a chavalas;
Con salero y simpatía.
No olvidar nunca quien sois;
Que lo vida son tres días.
Aunque digan lo contrario;
Tu historia puede cambiar.
Como cambian las arrugas;
De una ropa bien plancha.
A. E. I.