En un pueblo diminuto de la sierra ecuatoriana, vivía Julieta, una niña de nueve años con voz dulce y una imaginación sin frenos.
Vivía con su abuelo Mauro, un campesino jubilado, pasaba los días en su silla de mimbre, frente a la ventana, escuchando el sonido del molino y los pasos de su nieta.
—Abuelo, ¿te leo algo hoy?
—Claro, Juli. ¿Qué toca hoy?
La verdad es que en casa no había libros. Solo uno: un catecismo viejo, con las páginas amarillentas. Pero Julieta no se lo dijo nunca.
En lugar... Bendecida noche Sensi, hasta mañana se Dios quiere, sueña bonito un abrazo. Buenas noches Antonia y buen descanso. un abrazo. Para hacer la paz se necesitan dos; pero para hacer la guerra basta con uno sólo. Al principio cuesta, pero una vez has arrancado no pares, la meta da igual lo importante es disfrutar del camino.