Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas que son de todos y que hay que cuidar. Cada mañana, al cruzar el puente que conectaba el barrio residencial con el centro de la ciudad, Clara veía al mismo hombre: sucio, con la ropa rota, los zapatos despegados y una barba tan espesa como su silencio.
Siempre estaba sentado en el mismo banco, mirando el río. No pedía nada. No molestaba a nadie. Solo… estaba.
Algunos le dejaban un café. Otros, una moneda. Muchos, simplemente, desviaban la mirada.
Un día, Clara iba tarde al trabajo y, sin darse cuenta, dejó caer su cuaderno de dibujo... Valora lo que tienes, supera lo que te duele y lucha por lo que quieres. Agradecer no cambia el pasado, pero embellece el presente. Que se note que eres diferente, no por tu ropa o tu cartera, sino por tus acciones.