Rodolfo Méndez tiene 78 años y camina todas las tardes por el malecón de su ciudad.
Lleva una bandeja con tres vasos de cristal.
Siempre vacíos.
Siempre limpios.
Los sostiene con cuidado, como si fuera un camarero en un restaurante elegante, aunque viste con ropa sencilla y un sombrero viejo.
Un día, un joven curioso le preguntó:
—“ ¿Por qué carga esos vasos, don Rodolfo?”
Y él respondió, sonriendo:
—“Porque hay que recordarle a la vida que todavía quiero brindar.
Aunque falte el vino, aunque ... (ver texto completo)
Lleva una bandeja con tres vasos de cristal.
Siempre vacíos.
Siempre limpios.
Los sostiene con cuidado, como si fuera un camarero en un restaurante elegante, aunque viste con ropa sencilla y un sombrero viejo.
Un día, un joven curioso le preguntó:
—“ ¿Por qué carga esos vasos, don Rodolfo?”
Y él respondió, sonriendo:
—“Porque hay que recordarle a la vida que todavía quiero brindar.
Aunque falte el vino, aunque ... (ver texto completo)
